Validación en el Atardecer del Sol

Mi corazón me está llamando, y soy Mujer obligada

a contestarlo- de larga distancia, desde línea fija

de esa residencia privada donde lo permití jubilarse-

en un refugio en tierra salvaje, olvidado; tallado

por mis antepasados como pioneros de vida

mejorada. Cuando sabemos el poder destructivo

del polvo, no queda nada sino permitir que el océano

bese las cimas de las montañas- esos espacios estériles

donde los vientos son tan fuertes que arboles sólo

pueden crecer de ángulos torcidos en formas fantásticas;

cada uno el dibujo de un niño en la niebla de como sonó

la edad adulta cuando fue abandonado por sus padres.

¿Lo es suficiente?

 

Puedo sentir como mi deseo busca la validación

en un único atardecer perfecto. Soy mirada ferozmente

por los halcones cuyos nidos mi subida molestó; pero

curiosamente, no soy notada por los coyotes. Ellos

no lloran para mí. He amado profundamente dos

veces, ahora- una vez al viajero, después, al cultivador

de alegrías pequeñas. Cada uno me da un poco de lo

que el otro no se puede, o no quiere. Examino mis

pies, y encuentro que soy parte de cada uno. Quiero

una mano para sostenerme cuando pongo las botas

de caminar, y la chimenea caliente en hogar para mi

regreso. Deseo un amor sólo tan no-razonable y

complicado, como tal mi propia incidencia. Pregunte

a cualquier arbolista- un árbol siempre zarandeado

por vientos feroces, crece raíces más profundas.

 

Mi corazón me está llamando, contándome que

hay más montañas que necesito conocer, como

los cuerpos de amantes. Tenía su mapa de contornos

dibujado en la piel de mi mano, pero era borrado

con años del desuso. Hay todavía más atardeceres

para saborear. Una mente que piensa que quizás

mis pechos son no menos que perfectos. Un paisaje

interior donde la salvaje de mi naturaleza sea invitada

entrar por puertas sagradas, para ser exultada;

después, celebrada. Un lugar donde flores crecen

por las rajas en serpentino y pizarra y polvo.