Por, WILLIAM ZAPATA MONTOYA
Hay quien dice que una buena historia debe empezar con una imagen. Otros, en cambio, prefieren filosofar desde el principio hasta el final. Conozco unos tantos que nos echan su cuento sin rodeos. Escuetos. Sin anestesia. En bruto. Llenos de abstraccionismos inconexos. Sin rostro ni enfermedad. Con la píel en carne viva y casi sin pulir. En mi caso particular yo me quedo con la primera opción. Yo prefiero las imágenes. Por tanto empiezo así: mi imagen es ésta. Estoy parado en el medio de un bosque muy bello y hay mucha paz. Es como una de esas imágenes que salen en los libros de los Testigos de Jehová. Ardillas y pájaros saltando entre los árboles. Venados saturando el cuadro. No hace frío ni calor. No hay clima. La tonalidad es azul texturada, tipo blue-jean. Muy azul oscuro; muy el-hombre-Marlboro-en-esos-comerciales-de-los-70s. Como ya dije... animalillos por doquier. Y también hay un lago. Digamos que es más como una pradera y, a cambio de una manada de búfalos, lo que vemos es una comunidad de homo sapiens. Hombres y mujeres, y niños, todos ultra evolucionados, todos descansando bajo los árboles. Todos disfrutando de la dolce vita. Todos viniendo del futuro. Todos teniendo computadores portátiles cuyas baterías se cargan vía intravenosa con nuestras propias proteínas. Es también como si nosotros estuviéramos recibiendo una especie de suero con vitaminas desde nuestros ordenadores personales. Y todo esto dentro de los más estrictos parámetros naturales. La naturaleza pura coexistiendo en completa armonía con la tecnología digital. El triunfo de la espiritualidad sobre la visión industrial. Humanos y leones conviviendo de igual a igual.
De repente llegan las maquinarias y empiezan a construir una ciudad. Grandes edificios se levantan a nuestro alrededor. Vuelve el hierro. El acero rompiendo la carne. Hay matanzas. Todo se jode. Yo sigo ahí, parado en el medio de todo aquello, atestiguando cómo se arruina mi imagen del paraíso. Grandes ciudades crecen a mi alrededor. Los humanos con marcas del 666 en sus espaldas. Todo el mundo con un chip bajo la piel para poder comprar en los supermercados. Luego viene la imagen de Rosario y yo, sentados en sendas sillas Rimax, a la entrada de La Bohemia. Luego viene otra imagen menos inquietante, pero más surrealista. Uno de esos sueños recurrentes. La estuve viendo en una revista mientras esperaba el avión. Después vendría otro ensueño rápido. Digamos que una especie de micro-sueño. Una de esas transportadas de cinco segundos cuando uno se queda dormido por el calor. Estaba en Nueva York y me deportaban para Facholandia y yo me sentía muy mal. No quería volver. Aún tenía treinta años de edad. Lo que estaba viendo en mi patria no me gustaba nada. Fascismo en cada rincón, en toda la publicidad, en todas las conversaciones; fascismo importado y fascismo en las formas. Fascismo criollo, fascismo mestizo, mulato. Fascismo autóctono, lugareño. Fascismo provinciano y fascismo en castellano: el más bajo y el más apestoso de todos los fascismos. Fascismo invertido; fascismo indirectamente proporcional a la fuente de prejuicios emanada por aquellos que se hacían víctimas de los prejuicios mismos. Fascismo revestido de buenas costumbres y de nobles intenciones por parte de los activistas políticos y de la hipocresía de mis amigos los periodistas. Fascismo de segunda categoría. Fascismo disfrazado, y reciclado, y camuflado entre liberales que siempre votaban por conservadores. La tiranía de la estética dominante. El triunfo de la uniformidad. La ignorancia. Y el exceso de estupidez, el cual constituía algo mucho peor que la ignorancia misma. Luego la guerrilla; la guerrilla y su puta barbarie. La guerrilla y su falta de respeto al conducto regular.
Total, tomaba un bus de servicio intermunicipal y me venía para la selva del Urabá antioqueño. Había elefantes y carreteras con mucho polvo como si esto fuera Africa. Luego me desperté. Me había ausentado de la realidad sin ausentarme. Miré el reloj. Todo duró no más de cinco segundos. En la imagen había enfocado una gran plaza pública y no había gente por ningún lado. Sólo se veían unos perros rottweiler caminando de aquí para allá. De repente, me veo otra vez dentro de la imagen. Estoy entre la revista y mi sueño. Estoy llegando en una carreta, una suerte de carretilla jalonada por un burro. Estoy completamente rodeado por racimos de guineo y otras legumbres. Empiezo a avanzar lentamente por el medio de la plaza. Me bajo de la carreta y sigo andando a pie mientras los perros me olfatean. El burro se queda atrás. Desolado. Ya, en el sueño, el protagonista no volvía a ser yo. Era otra persona. Mejor dicho, era yo, pero me podía ver desde afuera. Entonces empiezan a llegar las maquinarias y los edificios de nuevo. Después vuelve a repetirse la imagen de Rosario y yo, sentados en un par de sillas Rimax, junto a una de las mesas de La Bohemia.
Rosario luciendo ese vaporoso vestido diseñado en batik. Una especie de minifalda violeta con tirantes en la parte superior. También llevando unas valetas negras y unos aretes de coral y muchos anillos de plata en sus dedos. Yo vistiendo una camiseta con la imagen de Gabriel García Márquez y preguntándole a ella, Qué quieres hacer? Y ella diciéndome que no sabe, que tal vez quiera hacer la siesta bajo algún árbol, pero que no está segura, que en ese momento la están atropellando los recuerdos de su abuela, su odiosa abuela que tanto la odiaba sin razón y que tanto daño le produjo con ese amor-odio inexplicado, y que ayer había recibido una caja de parte de su hermana, con algunos regalos de su familia adentro. Que quizás quiera irse a emborrachar conmigo por la calles, o que quizás quiera terminar ese video que estamos haciendo, dice. Me sentí muy mal abriendo esa caja y encontrando tantos regalos de mi madre y ninguna carta con ellos, dice, nada de palabras, puros objetos.
Nico´ acercándose y preguntándonos si queremos tomar algo más, Un cafecito, muchachos? Cómo les pareció el almuerzo, Poca´luchas, Estaban muy ricos lo fríjoles, Nico, muchas gracias. Nico empezando a contar la historia de Micifú, que estuvo perdido varios días, que a veces pega pa´l monte, pero que siempre vuelve más gordo porque se la ha pasado atragantándose con las iguanas y con los camaleones. Rosario y yo mirándonos, como riéndonos internamente de la historia de Nico y de lo loco que está y nos reímos con Nico' y Nico' se va a atender a unos clientes que le piden la cuenta en las mesas de adentro; luego, Nico' volviendo e invitándonos a su finca de Necoclí el próximo domingo, nos iríamos ya, dice Nico, pero es que Astrid trabaja hasta los sábados y la idea es ir con ella y con Manuela. Le decimos: Listo Nico, va pa´ esa, el domingo nos vamos a Necoclí. Nico queriendo mostrarnos los arreglos y los avances agrícolas en la finca. Diciendo que va liderar una reforma agraria desde su proyecto, que por fin el campo va a tener lo que se merece; Nico alardeando que tiene un gran plan piloto entre sus manos. Infraestructura y grandes créditos para sembrar la tierra. Exención de impuestos para los propietarios de pequeñas granjas e industriales menores. Pacificación de la zona a través de la inversión social. Asesoría para el latifundio. Tecnología de punta. Investigación especializada en laboratorios de biocultivos. Sí señor, una Reforma Agraria con mayúsculas, una reforma agraria desde la lombricultura hasta la hoja de coca, imaginate, Poca'lucha,.
Nico' volviéndose a alejar y yo diciéndole a Rosario que vamos por una botella de whisky, y que nos la tomemos en casa, viendo el atardecer en el sofá, mientras hacemos el amor y mientras sentimos a los zancudos merendando en nuestros traseros. Pero Rosario diciendo que no se siente bien, que la han vuelto a atropellar los recuerdos de la masacre, la del día anterior, que tenaz todos esos cuerpos regados en la mitad de la calle y toda esa sangre en las paredes; que le gustaría ver las imágenes que grabamos. Otra vez. Que mejor nos vamos a ver morir la tarde al lado de las bananeras cuando los trabajadores de las plantaciones salen a jugar su partido de fútbol y Luego, dice, Queriendo visitar a Raul, y a Patricia, que ellos han estado invitándola a su casa desde hace tiempo, y yo diciéndole, Prefiero pasar, que Mejor me voy a la casa, a ver el noticiero, y que allá la espero.
Yo la veo irse entre la tarde a Rosario con su vaporoso vestido violeta y aquellas figuras hechas de batik, diciéndome que me quiere, que no se va a tardar mucho, que necesita despejar la cabeza y que quiere saludar a Patricia, que quiere ver un proyecto de títeres, muy bacano, que se traen entre manos esos dos. Yo diciéndole que Chao y en ese momento la Mona y Lía llegando, y lanzándonos un par de chistes con ese humor fino de ellas dos, con ese humor sangrón de dos sicólogas inteligentes que se han devorado todos los libros de Habermas y de Carlos Castaneda y de mister Freud, y entre todos le damos un último adiós a Rosario, y la Mona y Lía buscando una silla en la mesas de adentro, y yo quedándome afuera y yo sacando aquel libro de Nietzche y poniéndome a leerlo por un buen rato. Pero luego aburriéndome y guardando el libro. Entonces yo poniéndome a jugar solitariamente el juego aquel de adivinar la vida de los transeúntes, percatándome que Rosario ha dejado sus diseños, a propósito, para que yo se los ponga a salvo y se los lleve a la casa. De todos modos yo empacando la cámara de video y los diseños de Rosario en mi mochila estilo militar, con ganas de irme, pero celebrando la imagen de Trinidad, y de Enilda, que llegan junto a los dos periodistas ingleses y ellos que se ponen a conversar un rato conmigo, y con la Mona, y con Lía, y alguien allí, adentro de la Bohemia, hablando de la Planeación Por Escenarios y la otra hablando de un viaje al Parque Natural Los Katíos, que Es una reserva paradisíaca, pero con mucha guerrilla y que dizque por lo tanto la han cerrado, que nadie puede pasar de cierto punto. Pero Trinidad contestando que a ella le han prestado una cabaña en Capurganá, que mejor dicho no se la han prestado, sino que es de sus padres, pero que a ella le desagrada alardear con aquello; a lo que yo me pregunto si irán a ir emparejados, me refiero a ella, Enilda y los dos ingleses.
Me distraigo concentrándome en las gafas de sol que tiene uno de los periodistas, pues son unos lentes a todas luces costosos y peculiares, nunca vistos por aquí, seguramente traídos de Inglaterra. Trinidad diciendo que ha conseguido un nuevo trabajo y yo acordándome de la rumba de ayer. La que se desarrolló en esa misma mesa donde se están acomodando Ana María y Nancy quienes han acabado de llegar. Y me acuerdo de las rayas de cocaína y de Nico' tocando su saxofón imaginario y yo tocando las sillas del bar como si fueran congas. Y Trinidad con esa frescura hablando de la noche de antenoche, como si no hubiera pasado nada entre nosotros, como si no hubiéramos terminado besándonos bajo un árbol, un poco ebrios la verdad.
Por qué no hablarán los dos extranjeros, me pregunto, Seguro que todos son así en Inglaterra, me respondo. En lo que llevo viéndolos por acá, acaso les he escuchado la voz, pero al parecer son buena gente, según Trinidad. O será que son unos petulantes y yo no les caigo bien, o será que se creen fantásticos y están experimentando celos profesionales. No importa. Nancy saludando a la distancia y Nico' ya saliendo a ofrecer el menú. Trinidad contando que cuando vuelva de su paseo en Capurganá, se estará integrando al equipo de la Cruz Roja Internacional, que ya no va más con la alcaldía. Y yo estando un poco deslumbrado con su escote. Y yo poniéndome a ver a Micifú. Y Micifú paseándose entre las piernas de todos y yo pensando que en realidad Micifú sí ha regresado más regordete después de haberse desaparecido por semanas.
Miro afuera de la Bohemia y la tarde está fresca. Llena de rayos de sol derramados por el concreto de las aceras y de sombras trepadoras en las fachadas blancuzcas de las casas. Lo cierto es que debería haber polvo en el soporífero momento de la siesta, pero en esta parte del pueblo la calle se encuentra pavimentada. Estamos en el célebre Barrio Ortiz. Un barrio de colonos. Sus habitantes en gran medida somos gente oriunda de la ciudad y la gente de la ciudad no soportamos vivir entre nubes de polvo, por eso estamos aquí, en el único pedazo de pueblo donde las calles no son destapadas. Lo que pasa es que estamos un poco expectantes, esperando a ver qué pasa con la situación política del gobierno de turno, Nico' diciendo. Quizá eso es lo que nos ha tenido tan enganchados a este lugar, le respondo. Nos intriga saber qué va a pasar con el Consenso, la fuerza política y grito de batalla de Su Majestad Nuestra Alcaldesa, nuestra líder. Apartadó es el laboratorio a escala del proyecto La Franja Amarilla, dice Enilda, quien acaba de regresar del baño y quien, Todavía está muy joven para estar pensando en esas cosas, pienso; esta muchachita debería estar fumando marihuana en la casa de su novio y no especulando en cómo va a terminar la Alcaldesa su gobierno sin que la maten y cómo va a manejar el asunto de las masacres en San José de Apartadó, pero a ciencia cierta, a Enilda es la que más le conciernen estos temas de todos nosotros, porque Enilda es la única afrocolombiana del grupo y la única quien es autóctona de la región. Ella y Raúl, y un poco Nico' también, creciendo acá, atestiguando las desapariciones y demás dinámicas de influencia paramilitar y de saqueo de la multinacionales del banano. Enilda conociendo de primera mano los escenarios de exclusión racista en los municipios de la costa antioqueña. Pero callándolos, acaso omitiéndolos. Tal vez nunca deglutiéndolos.
Yo pensando que hace rato me quería ir, pero que algo me ha engranado en aquel restaurante. Una vez más me estoy auto saboteando para perder el tiempo. Es una de mis principales características. A veces me descubro cumpliendo actividades inútiles como mirar un gato regordete o como adivinar la personalidad de las personas que se me cruzan por la calle. Puedo pasar todo el día viendo los árboles de la acera y a sus hojas mecidas por el viento. También puedo fantasear con las mujeres bonitas. Todo ello con tal de no ponerme a trabajar en el documental, que estamos haciendo Rosario y yo, y que quiere retratar un poco cómo es la vida en la zona de Urabá. Miradas citadinas en tierra de trincheras. Rosario y yo queriendo tal vez retratar cómo son nuestras vidas allí. Pero yo sufriendo de parálisis creativa, una especie de bloqueo en los momentos claves de mi vida; y a veces costándome más trabajo de la cuenta para terminar los proyectos que empiezo. Ángela diciendo que es una cosa de los astros. Ayer, antes de la farra, estábamos sirviendo la comida después de despedir a uno de sus pacientes y ella empezando a decirme que, por mi signo, yo soy un iniciador de procesos. Que es una de mis misiones en esta tierra, pero que al mismo tiempo soy todo lo contrario para terminar dichos procesos. Ángela diciendo que es mi designio dejar las tareas botadas a mitad de camino. También diciendo que nací con mis articulaciones predestinadas a sufrir lesiones durante toda mi existencia. También Ángela hablando de nudos energéticos y de un curso de santería cubana que ella sueña tomar. Angela diciendo que muy pronto nos dará la sorpresa y que viajará a la Habana y que volverá a contarnos todas esas experiencias paranormales con los brujos yoruba y sus talizmánes de la buena suerte. Yo cerrando los ojos y viendo a Ángela en mi cama. Yo también viendo a Trinidad y también viendo a Irma. Todos estando desnudos y estando amándonos. Adivinándolas hermosas. En el aíre flotando mucha ternura. Muchos senos en primer plano. Muchos besos y muchas caricias. Yo abriendo los ojos y presenciarnos vestidos otra vez. Hasta este punto mis fantasías siendo mitad realidad y cincuenta por ciento ficción. En términos francos, yo disfrutando en mis sueños más salvajes de muchas mujeres que se encuentran en este lugar y todavía no descartando totalmente a las demás. Tampoco descartando repetir un escarceo con aquellas con las que he dejado algo inconcluso. Del mismo modo, no importándome demasiado que muchas de ellas sean mujer contra mujer. Por el contrario, las lesbianas siempre despertándome aquellos gemidos de dragón ulcerado.
Yo mirando a Micifú y escuchando a Trinidad entusiasmada al hablar de su propio sueño; o más bien registrando aquellos decibeles agrios de su proyecto de irse a vivir a España con su novio, pero que, mientras tanto, está lo de su nuevo contrato con la Cruz Roja. Trinidad llevando esa falda negra y Angela luciendo aquellos pantalones anaranjados con camiseta blanca por fuera que siempre usa de pijama. Yo recordando los tres echados en las hamacas escuchando el ruido de las estrellas durante los intervalos de nuestra conversación. Angela haciendo gala de su voluptuosidad virtuosa de sonar subacuático; Ángela teniendo bellas piernas morenas y yo soñándola acostada con sus senos al aire en medio de nuestras innumerables borracheras. Yo queriendo descifrar si es buena en la cama, tanteando sus tetas derramadas por la pijama mientras la espío cuando paso cerca a la puerta de su habitación. Su culo alcanzando ribetes de clásico. Y Trinidad ahí, también siendo un poco más delgada, yendo a visitarnos en las bucólicas tardes dominicales del Apocalipsis etílico. Pero sólo levemente un levantársele la falda y sólo darnos aquel beso bajo el árbol. Yo queriendo llegar a sus hermosas cimas de la montaña rusa, pero también aburriéndome de tanto insistir y parar todo aquello. Ella, al final, insistiendo en seguir un poco más y yo sentándome en medio de la mañana a pensar de que, ambas, Trinidad y Angela me parecen de lo mejor. Par diosas luciendo como un par de melocotones bajo la luz de la tenue bombilla de la entrada. Entonces diciéndonos "buenas noches".
Yo escuchando y no pudiéndolo creer. Trinidad actuando como si nada hubiera pasado. No es que me importe en lo absoluto la atención de Trinidad, pienso. Yo tengo lo mío; hay una mujer que me espera en casa y es Rosario, mi útero perdido. Estamos estrenando apartamento y la de hoy será nuestra primera noche juntos en él, le digo a Nico'. Una noche muy anhelada que ya nos merecíamos, concluyo. Por lo tanto, no falta decir que es una noche muy especial y que sólo me basta con la atención de Rosario, pienso. Lo cual también quiere decir que atraviesan por un excelente momento en la relación, Poca'lucha, dice Nico'.
Sin embargo, algo intrigándome. Al parecer, nuestro beso de antenoche fue para Trinidad tan trivial como sacarse un moco; algo ejecutándose, un resorte de juguete importado, un mecanismo celestial desechándose y olvidándose. Algo como picar el cadáver de un sindicalista recién acribillado y algo como tirar los pedazos de ese cadáver y arrojarlo río abajo. Yo suponiendo que debo captar algún mensaje desde sus labios; interpretar sus omisiones como un mensaje de advertencia, como una luz en el cielo, como una humareda en el cuarto de máquinas; una suerte de etiqueta a lo aquí no ha pasado nada o de nada personal, hay cosas que nada significan, no te atrevas a filtrar esta información a la opinión pública porque de veras no tiene importancia, fue un beso no más. Cómo si a mí me importara, deduzco. Quién no termina besándose con sus compañeros de la universidad en un pueblo aburrido como éste? Ah? Quién?, me disculpo. Hasta el menos solitario es presa de sus impulsos, leo en La crítica al superhombre. Por favor estamos en 1996, dice Nico' en la conversación de una mesa ajena. A puertas del siglo 21, escucho que alguien afirma en el televisor que vomita su noticiero sobre la barra por donde a veces se pasea Micifú. Una avanzada de ultraderecha se asoma a la vuelta de la esquina, dice otro testimonio desde otra mesa. Un beso no significa nada al lado de las grandes orgías de sangre que están por venirse en el mundo entero, pienso. Si te pusieras a pensar en la cantidad de personas que están sosteniendo sexo clandestino en el preciso instante, te volverías loco, me martirizo. Luego de occidente haber pasado por "The flower power", un beso se torna tan delictivo como aplastar una cucaracha, dice el periódico Nueva Conciencia.
Las palabras de Trinidad poco y nada delatando mi existencia en su relato sobre los eventos de antenoche. Yo ambicionando sobras de protagonismo, negándome a mendigarlo. La polaroid sobre la silla, brillante truco de apariencias. Tu presencia es mi pesadilla. Ella hablando de Ángela, hablando de la casa de Ángela, de lo mágica y limpia que es, pero Trinidad no mencionándome. Yo no existiendo. Ella contando lo apacible que estaba aquella casa en la noche de antenoche y en las subsiguientes y en las predecesoras y hablando sobre las noches llenas de estrellas también. Conversando sobre los indígenas desplazados y de su cosmogonía emberá, todas esas ideas raras que Ángela le mete a uno en la cabeza y de las cuales Trinidad ha sido presa fácil. Trinidad soltando datos por su boca como si le hubieran acabado de dar cuerda; o como si le hubieran acabado de poner un par de pilas Energizer. El 6R de la Cruz Roja, bla, bla, que sus relaciones con la alcaldesa, su jefe, bla, bla, bla; que ella entendiéndola cuando pierde el control, bla, bla, bla, bla, que ella también es mujer y que las mujeres deberían ostentar más cargos de poder, bla-bla-bla-; que ya harto han demostrado las mujeres de lo que son capaces. Lía replicando, diciéndole que las mujeres van a reinar en el siglo 21; que el poder se está corriendo hacia el hemisferio derecho de nuestros cerebros, bla, bla, hacia donde están las capacidades femeninas. La fé, la esperanza, el amor, la imaginación, la creatividad.
Pero Trinidad no contando cómo ella y yo nos hemos encontrado a mitad de camino entre el Barrio Ortiz y el Darién, ni de cómo hemos terminado compartiendo unas cuantas cervezas en aquel bar. Tal vez es verdad. Tal vez no lo recuerda. Tal vez sí estaba tan ebria como dice hoy haberlo estado. Tal vez no pasó, pero yo sí me acuerdo. Yo me acuerdo que nos besamos de vuelta a la casa de Ángela, que era también mi casa, y ambos no sabiendo por qué. Yo acordándome de sus besos húmedos y apasionados, de sus manos forcejeando con las mías para que yo no llegara hasta su senos, sus muslos juntándose con los míos, su falda ergonómica; la apercuellada, la pasión, la exuberante erupción de ternura entre un hombre y una mujer, dos cronopios parados bajo un árbol, bañados levemente por la luz de la luna; sus ojos cerrados tiernamente para sentirlo mejor. Aquellas manos suyas acariciándome la cabeza.
Pienso que es mejor dejarlo. Trinidad hablando pero yo no escuchándola más. Yo aprendiendo a desarrollar esa habilidad con ella. Trinidad hablando y hablando y nadie callándola. Trinidad hablando y pidiendo la palabra al mismo tiempo. Ella diciéndome que la deje hablar y yo contestándole, !Pero si estás hablando! Llevás veinte minutos con esa historia. Así es Trinidad. Hablás de todo, pero hoy, ni nunca, hablarás de mí. No recuerdo haberte visto Trinidad con el pico cerrado antes de esta tarde y parece que hoy no fuera a ser la excepción. Así que desconecto. Que Dios y los ingleses se encarguen de tu espíritu parlanchín. Nico' llegando con una bandeja llena de limonadas. Ahora casi todas las mesas de La Bohemia ocupadas. Y yo queriéndome ir. Cómo me gusta estar en el restaurante de Nico' cuando está lleno de clientes, porque a Nico' se le ve feliz y porque uno puede intercambiar ideas constructivamente. Uno pudiendo adelantar conversaciones interesantes con verdaderos interlocutores que han estudiado mucho y que tienen muchos post-grados y mucho contacto con la gente del poder. Gente que sabe cómo se manejan las cosas. Miren! Allá afuera hay una guerra contra esos bárbaros del Frente 16 de las FARC y nosotros estamos sosteniendo una conversación civilizada. Como debe ser, imaginate vos. Como se estila entre los homo sapiens evolucionados.
En fin. Al restaurante de Nico' venimos la crema y nata de la sociedad local; lo más excelso del pensamiento progresista. Lo más granado de la intelectualidad capitalina. Somos el kinder. Jóvenes supra cualificados. Acaso una suerte de elegidos. Somos la gente que va a sacar este país adelante. Estamos en el momento justo y en el lugar indicado. En un punto estratégico del mapa. Lo sabemos todo sobre Redes, Investigación y Planeación. Somos gente de ciudad solucionando los problemas de la gente del campo. Tratamos de justificar un cheque que nos paga el gobierno central y también muchas noches sin dormir durante nuestra formación universitaria. Nos hemos pasado toda la vida recibiendo una educación a la que debemos hacer honor. Los sacrificios de nuestros padres. Cada persona que pasa por La Bohemia se precia de tener grandes aspiraciones. Nuestro objetivo es traducir las necesidades de los más necesitados. Somos judíos especialistas en lógicas palestinas. Pertenecemos a aquella delgada sábana que es la clase media colombiana y el grueso colchón de la clase baja es nuestro objeto de estudio. Entendemos a los drogadictos desde el punto de vista de los presocráticos. Interpretamos la lógica de los desplazados según el manifiesto marxista. Hemos discernido las motivaciones psicopáticas de todos esos asesinos en serie desde el manifiesto zen. Nuestra piedra filosofal es la teoría de los arquetipos según Jung. Somos lo más excelso de las tribus urbanas. Lo mejor. Los más humildes: miren! Nos hemos venido hasta acá y no tememos en untarnos con el campesinado. Pensamos en las minorías. Creemos en un sueño sin utopías; somos profesionales aterrizados; somos conscientes de esta agridulce pesadilla; somos la traba de Micifú mientras hace la siesta, somos la grama que se despacha micifú para poder trabarse. Pero también soñamos con la partida. Alguna tarde triste y gris, al final de uno de esos días húmedos llenos de pantanos en la carretera, viajaremos al exterior.
Yo cayendo. Saliendo. Oyendo a Lía hablando de Ludovica, que los astros, que el I -chin, que estuvo investigando sobre nuestros futuros; que alguna autoridad en el tema le dijo que a mí me esperaban 7 años de mala suerte, que una fuerza muy oscura me tiene rodeado; que me hala hacia abajo, hacia el abismo. El acabose, pienso, Lía me odia, qué se le puede hacer, no hay de otra. Cuando alguien le coge idea a uno, hay que resignarse. Hazte fama. Pero ella lo maneja. Ella hace ver que es tan evolucionada como sus lecturas; Lía vendiéndose como neutral; ella creyendo en la diplomacia, en el combate ideológico más que en la guerra; esa guerra que nos está desangrando a todos. Lía siendo una activista de mente abierta. Dando el beneficio de la duda tanto al carácter mágico del mundo como al marco teórico de todas y cada una de las ciencias sociales. Lía sabiendo que una palabra puede hacer más ruido que todas las metralletas del mundo si aquella se pronuncia con la verdad.
En la mesa de la esquina se encuentran Nancy y Ana María. Son pareja y son muy silenciosas y son muy amigables también. Muy cálidas en su justa medida. Ellas que hacen gala de una cortesía profesional. Su euforia que no es precisamente de talante caribeño. Es más: cualquiera diría que no son de por aquí, que no nacieron en Necoclí. Pareciera que tantos libros entre ceja y ceja hubieran moldeado sus caracteres a la usanza de un esquimal o de un aborigen del altiplano cundi-boyacense, alguna suerte de prototipo del nerdenthal. Uno suele verlas de un lado a otro del pueblo en sus bicicletas, pero sólo ocasionalmente. Del resto, nada más se les ve con certeza en los eventos académicos y culturales. Exposiciones de arte en la Cámara De Comercio, conciertos en los centros educativos, talleres inter-institucionales en las sedes de las multinacionales bananeras, conferencias y cosas así. Nancy y Ana María siendo un matrimonio muy reservado a pesar de todo. Ana y Nancy siendo sicólogas y el libro de Nietchze, que por estos días cargo a todas partes, perteneciendo a la biblioteca de Nancy. Rosario y yo estando en aquellas hamacas de su casa tomando aquel canelazo que suele preparar Ana María, y Nancy diciéndonos: Nietchze es un autor que siempre va estar de moda.
Nico' oyendo esto y haciendo chistes. Nico' siempre haciendo chistes cuando oye a sus amigos hablando de escritores. Nico' sirviendo platos de frijoles humeantes a diestra y siniestra. En la mesa, que está junto a la puerta lateral, Trinidad, Enilda y los ingleses acomodándose. Los ingleses, no hablando, sólo usando el mascadero. Trinidad que parlotea. Enilda que de vez en cuando interviene. Todos cuatro tienen sus cabezas clavadas en el plato. Entonces yo incorporándome de mi mesa y uniéndome a la mesa de la Mona y de Lía, quienes ya terminan su banquete de frijoles y carne de cerdo. Es la mesa que está junto a la barra. Ellas diciéndome que hay una vacante para dar clases en la universidad donde se desarrollan sus maestrías. Lo que me faltaba; que me ofrecieran más trabajo. ¡Con lo perezoso que soy yo!. Acaso se han vuelto locos? Qué les pasa? Por qué todo el mundo me ofrece quehaceres? Así de desocupado parezco? Pues, déjame decirte que sólo son apariencias. No soy tan listo como ustedes creen. Ni tan juicioso. No ves, Monita, que yo acaso me mantengo sobrio? Digo. Me esperan 7 años de mala suerte. No ves lo poco preparado que estoy, No ves que vine a esta selva a pasarla bien, a conseguirme unos buenos polvos ? Ves que voy por la vida de vacaciones? Yo mirando alrededor y haciendo memoria; a ver: Trinidad... Enilda... reservas del sumario. La Mona... informaciones desclasificadas, datos del fuero interno guardados en los archivos de los secretos de estado... Irma, Rosario... demasiado bueno para ser verdad, definitivamente, puras reservas del sumario.
La Mona y Lía, la directora de la Casa Juvenil, la pareja de la Mona, que me hablan, que me enjuician, que me sermonean con el dedo índice, pegan su rostro al mío como el profesor de The Wall, la película de Alan Parker, me estrujan el rostro con el de ellas. Me dicen que ya no soy un adolescente; que es hora de tomar el timón de mi propia vida; que una lista de responsabilidades no me vendría mal. Que estructura no me falta, ni capacidades tampoco. Que por qué le hice a Irma lo que le hice; que no se me ocurra hacerle algo parecido a Rosario; que si voy a acabar con todas la mujeres del pueblo.
Yo que veo cómo el sol empieza a ganar el suelo de La Bohemia; una luz lateral que tira rayos desde el poniente. Yo que estoy vestido con esos pantalones de rayas anaranjadas y que tengo esa camisa azul turquesa de la que hablábamos. La de la foto de Gabo. También un escudo del Deportivo Independiente Medellín tatuado en la muñeca. Chiquito. No muy ostentoso para no dar mucha boleta. Para no sacar peleas contra los aburguesados del Atlético Nacional. Soy la categoría más a la mano para denominar la descripción de un paisa criado en las cordilleras, pero perdido en la costa caribe. Llevo aquellos zapatos Nike comprados de contrabando en Turbo y me he pintado el pelo de amarillo, rosado y azul. Algo así como una burla. Un gesto de parodia a este país ilusorio llamado Facholandia. Amarillo por el oro que se robaron los españoles. Azul por el facho de nuestro inconsciente colectivo y rojo por las bragas de todas nuestras cancilleres que bien nos han representado en el exterior. Las mejores embajadoras de la raza criolla. A propósito, Irma, la Alcaldesa y Ángela que entran por la puerta. Qué joyita de club! Saludan a todo el mundo. Se sientan en una mesa junto a la pared. Micifú que les sale al paso y les pasa la cola entre las piernas. El club de oro es recibido con una bienvenida cordial de gato alimentado con carne de iguana. Noto que Irma también se ha teñido el pelo. Es un rojo naranja, muy al estilo de la vocalista de Garbage. Una tendencia actual. La moda del fin de siglo. Pintarse está de moda. Pintar. Me dan ganas de expresar que yo también tengo deseos de hacer lo mismo. Lo que me hice en mi pelo, pero con las casas. Pienso que algún día lo voy a hacer. Un día de estos, los habitantes de este pueblo se van a levantar en la mañana y van a descubrir todos los techos pintados de rojo; puertas y ventanas pintadas de amarillo y fachadas pintadas de azul. Sí señor. Como mi pelo. Es una propuesta cívica, Su Majestad. Pero también es una propuesta artística pensada desde la denuncia.
Trinidad también que deja su plato y que va a hablar un rato con Su Majestad, la alcaldesa. Detalles de trabajo. Su Majestad que le advierte algo y Trinidad que vuelve a la mesa. Ángela que me dice algo sobre la casa. Que me ha dejado las llaves debajo del tapete, que a ver si nos ponemos las pilas a sacarle una copia. Yo que me acerco para oírla mejor y Su Majestad que me pregunta qué me he hecho en el pelo. Ángela que se ríe, Irma que se ríe. Ángela que dice: Muy bacano, es que a Varón siempre le gusta desarrollar su lado femenino. Ahí está. Ésa es Ángela. Siempre haciendo asociaciones de ese tipo. Angela poniendo en práctica sus conocimientos adquiridos en su fugaz paso por la facultad de Sicología. Angela aplicando lo aprendido en los cuarteles del EFM, el Ejército de Liberación Femenina. Ángela. Otra con el discurso de "las mujeres al poder!" El coctel ése. Una mezcla letal de bio-energética, chamanismo, Freud y Carlos Castaneda juntos. Dinamita pura. Sos toda una terrorista de Género, déjame decirte, querida Ángela. Preocúpate por lo pronto de tu limonada que muy amablemente te está sirviendo Nico'. Mira que a mí me crió mi madre y recuerda lo que pasa con la primera figura materna en la vida de un hombre. Mi madre fue mi primera mujer y estoy condenado a ello. Este pueblo se está llenando de maricas, dice Su Majestad la primera mandataria. Irma que vuelve a reírse. Mandíbula batiente. Yo que le doy las gracias. Irma que me hace un gesto de desaprobación, mientras le saca la pepa a medio aguacate. Nancy que le pide otra arepa a Nico', pero Nico' que dice como una letanía, arepas no hay, Las arepas se me acabaron, Poca'lucha. Yo estoy ahí, parado al lado de la mesa de la Doctora y su corte. Así es Ángela; así es Irma. Ángela congeniaría hasta con una lagartija en estado de descomposición si ésta representara poder. El poder en versión femenina le seduce profundamente y está en el territorio acertado, en una posición social adecuada. En este municipio se ha formado una compleja dicotomía de fuerzas políticamente disímiles. Ángela se mueve con facilidad en el espectro de los generales de la brigada y las más recalcitrantes progresistas. Desde el ultravioleta de la Doctora hasta el infrarojo del General Del Río. Se puede decir que Ángela es la terapista de los reyes y de las birreínas. Le hace masajes a tu loca cabeza y le hace masajes a tu tensionado cuerpo también. Irma me pregunta por Rosario. Lo hace con ironía, con sarcasmo, lo sé. Hace algunos días vivíamos juntos Irma y yo, pero ahora yo vivo con Rosario. Le duele. Le tiene que doler. Y qué opina Rosario de tu nuevo look?, me pregunta Irma. Ahí está su me-importa-un-culismo salvándola del escarnio, su mírame-lo-charm-que-bien-lo-llevo-sin-vos y que-amable-puedo-ser- en medio de mi tragedia con-mi-dignidad.
Tal vez me equivoqué con vos, No debí dejarte. Eso es lo que querés que te diga, pienso. Pero yo ya te lo dije: Rosario vendría por lo que le correspondía, por este amor bien ganado. A punta de sudor. Un amor puro, lleno de sueños y de placeres transparentes. Un amor con el aire interior nada viciado. Un amor empacado al vacío, un amor empacado en una lata que ningún cuchillo puede abrir. Un amor sin riesgos de cáncer, como el tuyo. Además se trata de una venganza, Te acordás? Te lo advertí la noche aquella en que lo discutíamos, desnudos. Estábamos en esa hamaca del kiosko al borde de la piscina. Después de la fiesta aquella. Memo y los otros estando adentro de la casa con sus respectivas parejas. Te lo dije aquella noche. Es una venganza por todo eso que me hiciste en Medellín. Una venganza por ser una de esas mujeres maquinadoras, maquiavélicas y controladoras que siempre están moviendo los hilos. Una venganza por haberme enseñado las técnicas más sofisticadas de la maldad sentimental, las reglas sucias del amor. Una venganza por haberme dañado. Antes de vos, yo era aire puro, una inocente criatura. Hasta que viniste con tus ojos verde esmeralda, tus ojos verde moco, y tu sarta de mañas emocionales adquiridas en la más clasista de las cunas provincianas. Pues, bien, mira: las estoy poniendo en práctica. Te aprendí. Estoy a punto de retirarme hacia otra mesa. Has creado un monstruo lleno de ojos de semáforos en luz amarilla, ojos intermitentes de medianoche cuando las calles están desiertas y los autos no marcan parada. Que te aproveche ese aguacate. Que te atragantes con la pepa. Yo ya he hablado lo que tenía que hablar con Ángela. Sólo vine a preguntar si las llaves están debajo del tapete. Ahora me retiro a mis aposentos. A la mesa de la Mona y Lía, quiero decir. Ellas también son tus aliadas. Ellas también te dieron refugio en un momento dado como te lo están dando Su Majestad la alcaldesa y Ángela en este instante.
Permiso, el monstruo con ojos de semáforo, y sin sentimientos, se retira. Pobre muchachita, dice Su Majestad la alcaldesa con respecto a Rosario. Con lo buena y talentosa que es, y ennoviada con semejante loco. Ya quisiera usted estar en mi cama, pienso. Ya quisiera que el gran Varón le hiciera lo que le hace a Rosario. Ya quisiera tener una herramienta espacial para usted sola, una suerte de transbordador todo-terreno alunizando en la base. Ya quisiera clavar la bandera de Estados Unidos en estas lunas históricas de 1996.
Y entonces se acerca Trinidad. Yo me retirándome del lado de la mesa de Su Majestad. Trinidad invitándolos a todos a su finca de Capurganá. Trinidad yendo de mesa en mesa con el mensaje. Incluso invitando a unos emisarios internacionales quienes se han sentado en las mesas de afuera. Unos peces gordos de alguna ONG. Invita también al representante de Fedepaz, quien los acompaña. Un impotable. Se cree un superdotado como se creen los otros colaboradores de su oficina. Una mano de rolos misteriosos, oscurantistas como el mismo espíritu que los anima en sus cheques. Actuando como si el municipio de Apartadó no se los mereciera. Por supuesto, Trinidad absteniéndose de invitarme a mí, porque Nico' ya le ha contado que Rosario y yo nos vamos con él y con Astrid a su finca de Necoclí. Nico' ahorrándole el trabajo a Trinidad; ese engorroso compromiso de mirarme a los ojos. Oscar y Rocío arribando. Saludando. Parqueando la moto de Rocío. Afuera estamos Trinidad, Nico y yo, de pie. Viendo hacia afuera, pareciendo posar para una instantánea.
Sentados, de izquierda a derecha, los funcionarios internacionales, y el impotable de Fedepaz, también pareciendo estar listos para una foto. Oscar apeándose de la moto, entrando a La Bohemia y diciéndome algo sobre el debate de esta mañana en la Secretaría. Pareciéndole del todo paradójico que yo haga apología del 'individualismo' sabiéndome conductor de un programa de radio sobre valores solidarios. Así es. Muy raro, o qué? No ves que me he leído a Victoria Camps. No identificás sus 'paradojas' en mi discurso?
Afuera la temperature subiendo. Los almendros bostezando. La modorra siendo total y los frijoles que me empiezan a hacer efecto. Lo ves?
Nubes en el cielo azul hacen pequeñas figuras de algodón. Entonces, disgresión. Un castillo! Un pez! Un dinosaurio! Por qué casi todas la figuras tienen que ser de animales?, me pregunta Rosario. Ella tiene aquel libro de Rafael Chaparro en las manos y estamos tumbados en una terraza, mirando la tarde y su cielo azul. Elevando aquella cometa con la que te conquisté, pienso. Querés que vayamos a casa?, le digo. Podemos ir a barrer las hojas del garaje. Te tengo suficiente trabajo para que acabemos de pasar el resto del día. Hay hojas desde el siglo XV en nuestro garaje. Los árboles han estado arrojándolas sin compasión por siempre. Vamos a casa. Necesito evacuar un par de perlas en el sanitario. Veo aquel par de árboles a la entrada de nuestro nuevo apartamento y ya quiero estar allí. Fin de la disgresión. Algo en mi estómago que se mueve. Son los frijoles. El bolo digestivo que se regodea en mi esófago, que sube hasta mi garganta. Yo que me siento como si me hubiera tragado una fábrica entera de piedras, procesando cemento y necesitando desalojarlo. Voy al baño de La Bohemia y suelto un diamante. Desde hace días cago gemas. A veces son esmeraldas y a veces son diamantes y rubíes, todos en bruto. Es sólo por temporadas y por ello no me preocupo demasiado. La última vez que me dio por cagar cosas raras logré asustarme, pero luego lo superé. Antes cagaba pescaditos de oro como los de García Márquez. Esos mismos que hacía el Coronel Buendía. Cagaba pecesitos dorados! Cómo os parece? Gabo los fabricaba, los hijos de la utopía se los comían y yo los cagaba. De ese tamaño eran las cosas antes. Pero ahora son las piedras preciosas. Luego serán otras cosas. Tal vez ciudades enteras o computadores. Tal como están las cosas, uno puede terminar cagando cualquier cosa.
Salgo. Oscar y Rocío buscan mesa. Oscar eligiendo una última que queda afuera. Rocío haciendo su ronda de saludo. El cuadro que es pre-rafaelista. Una pintura cara. Un fresco de la época. Vida social en el trópico. Yo que sé que Rocío juega ahora en el equipo de Irma. Lo sabe todo y yo sé que ella lo sabe. Irma me lo ha contado. Me ha querido dañar otra vez. Irma que me ha expresado lo mucho que me odia Rocío por lo que le dije a Oscar la otra noche. Cosas de borrachos. Irma que quiere venderme el mensaje de que soy un ogro social. Irma que siempre está vendiéndome ideas, telegrafiándome mensajes; pero yo, como soy tan naive, no captándola. Otra vez Irma intentado poner en práctica su maldad adolescente, la cual, a luces vistas, siempre es una maldad inofensiva. Una maldad muy del tipo Nabokov en Lolita. Una maldad socialmente aceptada como el vodka, o como el aguardiente para no ir muy lejos. Pero a mí, sinceramente, ya Irma resbalándome. Antes, habiendo un tiempo en que cualquier movimiento suyo producía un cataclismo en mi sangre. El pecho hirviendo cada vez que ella respiraba o movía los párpados.
Pero eso fue hace muchos años, en Medellín. Ahora no me afecta y si volví a meterla de nuevo en mi circulo de tiza es porque buscaba inconscientemente la venganza. Lo que le dije la semana pasada no fue por romper lo nuestro no más. Fue por desquite. Yo mismo me había sorprendido de haber superado a Irma la mañana aquella en que me había llamado desde Medellín, a decirme que andaba buscando trabajo. Para entonces, sus llamadas no me producían nada. Sólo me agradaba, de alguna manera, que se hubiera salvado algún amago de nuestra amistad. A pesar de todo, aún consideraba a Irma como una excelente interlocutora. Le gustaba escuchar a la gente y yo no había conocido a nadie que supiera hacer tantas preguntas como ella. Me parecía del todo saludable y muy profesional conservar ese diván, acaso un paño de lágrimas, ese hombro sobre el cual llorar. Eso que yo algún día fui para ella, ahora ella lo era para mí.
Pero ahora las cosas son diferentes. Un año después de yo haber recomendado a Irma para este empleo en la alcaldía. Aquí estamos. En La Bohemia. Odiándonos como nunca nos habíamos odiado. Mejor dicho, ella odiándome a mí. Irma pensó que mi corazón la iba a esperar toda la vida, que mi pasión de lava hirviente iba a estar líquida y al rojo vivo toda la vida. Pues bien, mirá: ahora soy arcilla pura y le he hecho un favor a tu madre; ella nunca te hubiera perdonado que te hubieras enredado con alguien como yo. Tu hermano menos. Sí. Tu hermano, ése que no tuvo infancia por estar pendiente que nadie metiera la mano en las faldas de tu madre; ése que nunca aprendió a jugar fútbol por estar vigilando tus movimientos en la adolescencia; ése que se maduró biche, el que nació viejo; el que nunca avanzó hacia adelante por estar siempre mirando pa' los lados, hacia los logros de sus vecinos, hacia las metas de los demás y no las suyas propias. El universo es sabio, querida. La ley de la compensación existe y todas las demás supercherías también.
Y cuando le informé que Rosario venía, Irma no lo pudo creer. Pensó que estaba bromeando, hasta que pronuncié mi discurso sobre la venganza. Entonces le pareció muy lógico todo aquello. Me creyó. Agarró sus cosas, montó un plan de emergencia con el asunto de la vivienda y se fue.
Ahora, Irma tiene un aguacate en sus manos. Ahora el daño está hecho. Ayer cuando me encontré a Memo en el Hospital, éste me dijo: "Vos tenés que ser un minetero el berraco para que las mujeres te quieran tanto!" Entonces supe que Irma había estado mal. Tal vez llorando. Porque Memo es su mejor amigo en la actualidad. Memo lo sabe todo de ella porque Irma se lo cuenta todo. A veces los veo paseando por el parque del Barrio Ortiz o tomando cerveza en aquella tienda al frente de la alcaldía. Sé que se cuentan todo y no me importa demasiado. Lo que me está importando ahora es que quiero estar de nuevo con Rosario y salir de aquí. La verdad es que Rocío no me hace muy buena atmósfera que digamos. Es una suerte de bruja. A esta gente yo las miro por encima del hombro y ellos me miran por encima del hombro a mí. Le pago a Nico' y salgo. Ya antes he empacado mi cámara y los diseños de Rosario. Agarro mi moto e intercambio algunas palabras amables con la Mona, quien se muestra ecuánime en toda situación. Me dice que piense lo de la docencia y que me quedan fantásticos estos pantalones con el rubio teñido de mi pelo. Yo agudizo los sentidos y oigo el sonido de la savia transitando por los manglares de todo el caribe antioqueño. También puedo olfatear el olor a gasolina de mi Yamaha V80. El verde de los árboles es mi única compañía en la carretera. Agarro la autopista en dirección a Chigorodó. Tengo una emisión de radio a las 6 y 30 y me he puesto una cita con Rodrigo a las seis. Para cuadrar detalles. Y decido, entonces, irme con anticipación.
Paso por el Hospital Antonio Roldán Betancur y todavía está aquel sendero de árboles que coronan el acceso. Me interno un poco y me veo caminando por allí al lado de Alejandra. En sentido contrario vemos una tropa de soldados que vienen tirando infantería desde las veredas. Traen las botas llenas de pantano y sus rostros lucen maltratados por los combates. Fusiles a la espalda y cantimploras asomándose por sus menajes. Una nube de polvo se levanta desde el suelo. Una palenquera nos ofrece unas piñas que se bambolean dentro de una batea sobre su cabeza. La palenquera es de raza morena y lleva un bello vestido amarillo muy ceñido a sus curvas. Me siento asistiendo a una escena de Paul Gaugin viendo a esta negra tan hermosa. Le digo a Alejandra que sólo voy tardarme un par de minutos, mientras reclamo un cheque a nombre del programa de radio. En la puerta de Urgencias me encuentro a Memo. Lleva uno de esos vestidos verdiazules anti bacteriales. Le digo que nos tomemos una gaseosa en la cafetería del hospital donde me espera Alejandra. Memo contesta que en el momento no puede. Que debe atender a un soldado que se ha volado un pie con una mina antipersonal; hacieno un chiste: diciendo que "otro ha metido las pezuñas" y también que otra señora lo espera con las vistas destrozadas por los efectos de las bombas mostaza. “El ejército viene usando un arma que no se usaba desde que los gringos hicieron el ridículo en la guerra de Vietnam. Se trata de una bomba que se lanza contra poblaciones enteras sin discriminar entre actores armados y población civil, una bomba que emite una luz tan poderosa que, con sólo divisarla a la distancia, corres con el riesgo de quedar ciego. Es una luz que te quema la retina al instante y te produce un efecto de cataratas en los ojos. Gentes proceden de las veredas hablando de dolores infernales y de cruzadas lacrimales”. Memo diciendo que la señora viene de muy lejos, de una vereda perdida, extraviada en la vastedad del olvido; que no le entiende bien lo que habla, que no habla bien español, que habla un extraño dialecto, una extraña combinación de emberá y quechua (risas); que lleva dos días caminando, que viene huyendo de los bombardeos del ejército.
Alejandra y yo nos damos una vuelta por los bongalús de los médicos, mientras esperamos a Memo. Allí viven puros estudiantes que hacen sus prácticas de medicina y varios amigos médicos le jalan al cuento de la pintura y al arte en general. Toco varias puertas con Alejandra y la introduzco con estos amables profesionales del bisturí. Los árboles alrededor le dan un aspecto amable al aire de aquel barrio. A veces llega el aire fresco de las bananeras y se funde entre nuestros cuellos empapados de humedad. Estamos en una área privilegiada en las instalaciones del hospital. Así estamos, Alejandra y yo, mientras Memo se desocupa. Memo llega una hora después y nos reunimos con él en la cafetería, según lo acordado. Nos gusta mucho hacer aquello. Siempre buscamos la oportunidad de sentarnos a botar corriente con Memo. Disfrutamos de la nuestras personalidades y de nuestras amigas mutuas también. Tenemos muchas y nos gusta hacerles chistes y hablar a sus espaldas sobre sus provocativos cuerpos. Memo es un gran amigo, especialmente de las mujeres, y como buen médico goza de una excelente salud mental. Es muy importante la salud mental en un médico.
Memo sigue haciendo chistes y Alejandra y yo le seguimos la corriente. Es imposible no reírse con las ocurrencias de Memo. Es imposible no reírse con alguien que hace de esta tragedia llamada existencia un chiste. Alejandra habla de un diseño que está haciendo para construir un barrio de desplazados. Cuenta que ya lo había terminado pero que lo tuvo que volver a empezar, que las casas no podían tener ventanas porque, de pronto, podían presentarse balaceras o irrupciones de grupos armados y que por tanto no había forma de que las ventanas quedaran tan bajitas. Dice que el barrio había alcanzado a ser construido pero que lo tumbaron ayer; que estaba en obra negra. Alejandra tiene ese acento bogotano de las mujeres que no le han dado un golpe a la tierra y tiene una de esas faldas de telas modernas. También lleva una camiseta esqueleto y una mochila arawak que le da cierto toque chic a esas historias sobre la oficina de planeación municipal. Una vez íbamos a irnos de paseo y Alejandra me pide que le ayudara a empacar. Es un sábado a la mañana y la lancha nos espera con los motores prendidos. He tenido que venir a sacarla de la cama porque pasaban los minutos y ella no llegaba. Llevo demasiados días soñando con Alejandra, no estoy dispuesto a dejar esta oportunidad de oro. No puedo dejar que a Alejandra la deje la lancha. Viajaremos en aquellas lancha hacia la finca de Trinidad en Capurganá y pasaremos un fin de semana paradisíaco junto al resto de los amigos. Mientras Alejandra se lava los dientes, yo pongo su ropa interior y su vestido de baño en su mochila arawak, como puedo. Hasta ese punto de intimidad hemos llegado Alejandra y yo. No más. Es un límite adecuado. Lo digo para ilustrar la magnitud de nuestro caso. Ambos queremos. Lo sé. Hemos estado muy cerca antes. Hasta hoy ya hemos salido un par de veces y nos hemos gustado. Hemos ido a tomar cerveza en La Bohemia y hemos ido a pasear por ahí. Hemos ido a la Casa de La Mujer a visitar a La Mona y La Mona me ha dado su bendición diciéndome que Alejandra es la mamacita más mamacita de todas mis mamacitas. Hemos jugado también en mi cama a hacernos cosquillas en el estómago y nos hemos contado nuestras respectivas historias. Hemos visto esos noticieros regionales y hemos criticado las telenovelas que les seguían. Yo he invitado a Alejandra a quedarse en mi casa un par de noches y ella no me ha dicho que no, ni que sí, pero siempre se ha marchado igual. Antes de esta mañana de sábado, Alejandra siempre me ha prometido que muy pronto se quedará toda la noche en mi cama a dormir conmigo. Cierta vez, estuvimos en silencio más de dos horas sentados en un sofá, mirando las hojas del garaje. No sé si lo he contado ya, pero nuestro garaje alberga hojas caídas de los árboles desde el siglo XVI. El caso es que estábamos ahí, sentados en el sofá y Alejandra tenía ese vestido negro que la hacía ver como si fuera a graduarse de algún título importante o como si fuera a asistir a una ceremonia de gala y me dice que si le puedo acariciar el antebrazo. Yo tomo aquella piel de vellos diminutos y rubios y la acaricio suavemente por espacio de diez minutos. Evidentemente Alejandra me está probando, me cata como si fuera un vino de dudosa procedencia o como si fuera un vino no lo suficientemente añejo. Me está midiendo la temperatura. Qué tan precipitado soy, qué lento y qué delicado; qué paciente para deslizar mi mano y llegar disimuladamente a su falda y acariciar sus rodillas tal como lo estoy haciendo con los pelitos de su brazo. Qué tan astuto soy para empezar a quitarle sus tangas rojas, mientras ella empieza a contar esas historias de sus compañeros de la Universidad Javeriana en Bogotá y de su novio que dejó al "venirse para esta selva".
Creo que si Alejandra no supiera que Rosario va a volver de Bogotá, nuestra amistad ya hubiera, o podría pasar a mayores. Algo en el fondo me dice que Alejandra ha venido a este pueblo por algo más que unas prácticas profesionales. Bueno, por lo menos si Alejandra esperara de mí sólo sexo ya se hubiera quedado a dormir conmigo. De todos modos, aquella mañana de sábado pude darme cuenta de que iba a pasar lo que pasó. Ahora estamos aquí en la cafetería del Hospital. Alrededor hay otras mesas y todas están llenas de estudiantes de medicina con sus batas blancas. Alejandra habla de lo duro que es ser una arquitecta aprendiz y de lo feliz que se siente teniendo esta aventura lejos de casa. Luego se para y se dirige al despachador porque quiere encender un cigarrillo. Memo me mira y yo veo venir un chiste. Tiene forma de goma de mascar y patas amarillas. Sus ojos son azules, los del chiste. Así es Memo. Sus chistes tienen forma, tienen personalidad. Me pregunta que si nos estamos acostando, pero yo le embolato el tema preguntándole por Trinidad. Le indago por datos. Le pido información. Le pregunto si ya son novios o que si él ya se acostó con Trinidad. Que yo los vi muy juntos en la fiesta de la piscina. Memo me dice que yo debo tener la lengua de oro, que las mujeres me adoran, que le hago honor a mi nombre, el gran Varón; que le ayude a conseguirle una novia al rolo, al oftalmólogo, que no se lo aguanta encerrándose todas las mañanas en el baño, (chiste), a masturbarse; que siempre le hace coger la tarde a Memo. Que de verdad le da pesar con el hombrecito; que lo ve muy solo. Luego me suelta la pregunta por Irma, que cómo va eso y yo le digo que él debe saber más que yo. Que mejor se preocupe por curarle la cotorreadera a Trinidad. Le pregunto que cómo hace para aguantársela, que cuál es la fórmula para neutralizar tanta habladera. Que dizque nacieron el uno para el otro (risas). Y entonces nos despedimos. Memo debe ir a curar a su paciente enceguecida por una de esas bombas que tira el ejército. Ya otras personas, habían hablado de lo mismo, de una explosión en el cielo y entonces, aquella luz naranja.
Alejandra y yo estamos acostados en una de las hamacas. Es de noche y podemos ver las estrellas desde el corredor. Es la finca de Trinidad. Escuchamos el sonido de cigarras y el rugir del mar a la distancia. Hace calor. Olemos el vaho salino del océano. Ballenas se revuelcan en el fondo del mar. Marinos ahogados lloran sus barcos olvidados en lejanas playas vírgenes. Cantos de sirenas llegan a nuestros oídos. La noche es mágica. Todo se presta para el romanticismo. Es una isla alejada de todo. Es una luna de miel entre amigos. Gozamos de una edad paradisíaca. Nuestras hormonas corren a mil y nuestros corazones palpitan con la alegría de estar vivos. Hemos pasado el día recorriendo las playas coralinas y las rocas gigantes de los acantilados. Hemos celebrado la magia del cuerpo sin arrugas ni celulitis, poniéndonos en contacto con la misma agua cristalina donde los indígenas contrabandistas matan a los incautos turistas que quieren pasar a Panamá y que los contratan como guías. También hemos estado despachando botellas de aguardiente como condenados. Miro a Alejandra. Le examino su piel. Blanca como la espuma. Pecosa como un tiburón de río. Miro el mar, miro la botella, tomo, hago apneas, me quedo en calzoncillos, me desnudo, celebro, dios mío! Estamos vivos! El mar en nuestras pantorrillas, el sol camuflado en la piel de ellas, un azul cristiano reflejado en la sinfonía de la flora marina, el mar.
Alguien nos pasa una botella de guaro y Alejandra y yo tomamos sendos tragos. Estamos borrachos. Estamos vivos. Rotamos el trago. A nuestro lado hay una hamaca y más allá hay un chinchorro. En total son cuatro. Tres chinchorros y una hamaca. La de nosotrros. Parejas aquí y allá. Una en cada chinchorro. Hay un quinto, pero no lo vemos desde la posición de Alejandra y yo. Pero no importa porque cada pareja está en lo suyo. A veces nos comunicamos entre chinchorro y hamaca. Hamaca y hamaca. Hamaca y chinchorro. Como si estuviéramos tratando de unir los puntos de un mapa demasiado arrugado. Memo hace sus chistes. Trinidad parlotea. Es una especie de orgía verbal. En nuestras bocas hay palabras, pero en nuestras mentes hay imágenes libidinosas, veo a todo el grupo practicando sexo. Todas contra todos. Sueño que ellas nos persiguen. Nos invaden. Nos violan, nos ultrajan, quieren devorarse nuestras ceibas erectas, aserrar nuestra madera salvaje, nos perdemos en el frenesí. Nos erotizamos en tríos. Practicamos el amor libre, un kamazutra grupal. Hacemos el trencito, nos deleitamos con los gemidos de las parejas vecinas, terminamos trabajos empezados por otros. Somos un video porno, un pop en la pantalla.
Vuelvo a la realidad. El Rolo, el oftalmólogo, dice que ya casi se acaba el aguardiente. Yo pongo mis dedos en un muslo de Alejandra y empiezo acariciar su piel. Por nuestra posición, ambos sabemos que mis manos, y sus piernas, están fuera del campo visual de los demás. Cada uno en sus hamacas y chinchorros. Todos tratando de acercarse a sus respectivas parejas. Irma me observa. Lo sé. Sé que me vigila. No se con quién comparte hamaca, pero siento sus ojos encima mío. Trato de robarle un beso a Alejandra pero, por nuestra posición, nos queda difícil. Alejandra tiene su cabeza hacia el sur y yo tengo la mía hacia el norte. Pero nuestras piernas están entrelazadas y mis dedos ya han empezado a recorrer su ropa interior. Siento su olor a champú. Alejandra tiene una de esas costosas salidas de mar y su pelo está recién duchado. Hemos vuelto de la caminata al caer la tarde y nos hemos puesto a cocinar. Luego nos hemos duchado y nos hemos venido aquí, hasta las hamacas del corredor, a ver las estrellas y su sinfonía. En los pasillos hay macetas con flores y las puertas están cuñadas con conchas de caracoles gigantes. También hay uno de esos artefactos que se cuelgan en las casas para que el viento juegue con ellos. Todos estamos cansados y estamos bastante ebrios. Irma se incorpora y va a acostarse en una de las hamacas del patio. Yo la siento sollozando y me convenzo que es por causa de ese novio que había dejado en Medellín. Trato de albergar compasión, pero mis sentidos están demasiado ocupados en la piel de Alejandra. Noto que el personal sigue conversando. Vienen los zancudos y empiezan a atacar. Hay millones de mosquitos flotanto sobre nuestras cabezas. Nubes enteras de bichos, la mayoría de ellos inofensivos. Nuestro sistema alicorado no se inmuta ante sus aguijones. Yo me percato de que no me pase lo mismo de la otra noche en el sofá de mi casa, cuando sólo me quedé en caricias, y decido masajear la pelvis de Alejandra por encima de su tanga. Bajo por la calle que va al cielo y me encuentro con Dios. Es un bazar, una festín, la arepa más jugosa, la pizza más fina, el vino más añejo, un delicioso fricasé, un moño hermoso que imagino de bellos colores. Alejandra me dice que le oprima más suave y yo obedezco. Yo he decidido poner mi mano allí sin demasiados preámbulos, con fuerza, porque no quería que nuestros acercamientos se fueran a dilatar en una especie de cortejo amistoso, como se dilatan muchas atracciones entre hombres y mujeres. Decido operar sin anestesia. De verdad yo estaba decidido a tener algo con Alejandra desde aquel día en que la vi por primera vez, cuando ella iba caminando por una calle del barrio Ortiz con su mochila Arawak terciada. Ahora ella me cobija con sus piernas y se acomoda mejor. Yo sigo acariciando. Miro la piel de sus rodillas y las recorro con la otra mano. Es una piel suave como la de un recién nacido. Su rostro ahora es rojo camarón por los efectos del sol. Le pido que me dé un beso y se incorpora un poco. Se lo robo. Sigo bamboleando mi mano y Alejandra se retuerce. Todo lo hacemos en el máximo sigilo posible, pero creo que algunos de nuestros amigos se han dado cuenta. De repente todos nos hemos quedado callados. Levanto un poco la cabeza y veo que Memo se está besando con una que no es Trinidad. Trinidad está en otra hamaca con otro de los médicos que ha venido con nosotros, pero sólo miran hacia la inmensidad del mar. Esa inmensidad que a esta hora sólo se puede imaginar. Suenan flautas, canciones de bossa nova en el fonógrafo de nuestro corazón. A mí me excita mucho saber que Alejandra lo está disfrutando y que no puede gemir. Sólo puede actuar como si estuviera pensativa como los demás. Empujo mi mano. Trato de hacerla reaccionar, pero ella disimula muy bien. Escarbo. Trato de llegar por una ruta clandestina al país soñado pero aquellas bragas están muy apretadas. El Rolo se incorpora a traernos lo que queda de licor y pilla a Alejandra con la falda demasiado levantada. Hace caso omiso y se marcha. Alejandra y yo despachamos lo que queda en la botella. Luego vamos a la parte de atrás de la casa y nos internamos en la pieza de los padres de Trinidad. Forcejeamos un rato y yo logro besarla a la fuerza. Noto que ella le gusta porque cae de rodillas a mis pies con un gemido y empieza a buscar a Pedro Juan en la oscuridad. Yo saco a Pedro Juan y lo pongo en su boca. Ella está desesperada. Luego empiezo a golpearla por causa de su estatus social, trato de hacerle entender mis ideales y mi teoría de ´Todos en la hamaca o todos en el suelo´, digo. Y sigo con algo de filosofía barata, algo sobre sus vergüenzas sociales y las de la corona española. También hago referencia a todas esas perras de clase media que se creen de mejor familia. Le digo que estas bofetadas en su nalga se producen por ser una de esas estudiantes de universidad privada, llenas de prejuicios: una putica clasista y doble moral. La azoto fuerte. Mis palmadas, al igual que mis palabras, la excitan. Yo quiero llegar a su útero y masajearlo. Le pego otra palmada en el planeta redondo y le digo que ésta es por su sangre blanca, por llevar la misma sangre de Hernán Cortés, mezclada con la de los indios y la de los afroamericanos. Sangre manchada. Sangre contaminada con pecados mortales. Sangre ladrona de cosmogonías y de ciertas formas de estar en el mundo, las cuales se perdieron y ya nunca más volvimos a recuperar. Y entonces, de inmediato, siento que Pedro Juan se divierte con Alejandra, cada vez más. Vuelvo a arremeter y esta vez le asesto un coscorrón en la cocorota, en la torre, en esa cabeza plana de ideas gomelas, donde debí haber puesto una botella de tequila y unos limones y un puñado de sal. Le digo que ése va en nombre de los Cabezas Rapadas, la tribu que llevo en mi sangre, jóvenes guerreros que nunca nos rendiremos. Luego trato de meter mis dedos en la sonrisa vertical de Alejandra, mientras ella sigue trabajando en Pedro Juan, mi Empire State. Es una experta. Se lo devora como un niño comiéndose una banana split. Puedo ver sus cachetes sonrosados. Empieza a temblar. Yo hago que se incorpore y le pregunto, Alejandra, Qué te pasa, y ella me dice, Estoy muy borracha y también estoy muy excitada quiero que dejes entrar a Pedro Juan; llevo mucho tiempo sin visitar el Amazonas y tú me traes jadeante desde hace días, el cielo ya no puede esperar, ó eras tú ó era otro, pero este paraíso fue creado para ser habitado. Ella deja que yo la bese mientras me dice todo esto. Yo tengo un Tah-majal erigiéndose en la habitación. Trato desesperadamente de llegar a sus querubines los cuales son más bien pequeños, como cupidos sin alas. Ella me dice que me espere y me introduce a sus arcángeles. Son discretos, pero me gustan, tienen su aureola de tamaño adecuado y una buena dureza de carácter; se sienten bien en mis atenciones, me dice ella . Yo los trato lo mejor que puedo, con cordialidad y con el grado de amistad severa que se merecen. Entonces le bajo las tangas a Alejandra y meto mis dedos entre sus humedades. Somos un poema de Rimbaud en la era del sida. Es la época cuando no se ha arraigado la costumbre de afeitarse la pelvis entre las damas. Pongo mi cara en aquel bosque septentrional y siento como si estuviera sumergiendo mi cabeza entre una bella mascota empapada de whisky. Está mojado, digo. Llevas dos horas peinando una medusa, dice ella. Estoy como un tren. Estamos. Empiezo a beber. Muerdo. Lamo. Alejandra forcejea. Luchamos y nos las arreglamos para levitar con los trajes puestos. 90 % Polyester a la altura de las rodillas. Flotamos a la luz de la luna y un rayo fulminante se filtra entre las persianas de aquella habitación, hiriéndonos desde el centro mismo del universo. Una pulsión cósmica nos invade. La sangre sale. Tsunamis de semen. Jugos de vía láctea como acondicionador. Respiramos bañados en ácido desixorribonucléico. Niveles de ansiedad a su máxima expresión. Nos desmayamos. Llega la lucidez divina. De repente sentimos que lo hemos entendido todo.
De regreso a Apartadó, todos hacemos silencio. Nos despedimos cansados y cada cual agarra para su casa. Ha sido una larga mañana montados en una lancha, atravesando el golfo, las olas bravas, la marea, la resaca. Trinidad y yo mirándonos. Ella sonriéndome pícaramente, levantándome las cejas, señalándome el otro extremo de la lancha donde va Alejandra. Junto al motor. Trinidad que se acerca haciendo equilibrio y que se sienta a mi lado. El mar sacudiendo la embarcación. Alejandra que se recoge su hermoso pelo castaño para que el viento no lo alborote. Esa cabellera larga; esa cabellera Pantene, Conzil, esa cabellera Alberto VO5; una cabellera bien cuidada por años de productos costosos. Irma que mira a la distancia; el golfo que nos muestra sus manglares; islotes deshabitados, parajes inhóspitos, verdaderos panoramas de selva agreste y de huracanes indomables. Buques fantasmas de Gabo. Si naufragáramos, pienso, no nos encontraría nadie: nos encontraríamos en el fondo del mar con ese practicante de buceo, quien una mañana salió de su casa con rumbo a la playa, cuando iba a caretear, a practicar un poco las apnéas. Le había dado un beso a su esposa y le había dicho que lo esperara en la cama para desayunar juntos, cuando él regresara, que no se iba a demorar más de dos horas. Ella que lo había visto sumergirse desde una ventana de aquella maravillosa cabaña. Y él que nunca más había vuelto. Se lo había tragado el mar y cuenta la leyenda que ella todavía lo espera. Que se ha quedado a vivir en aquella playa y que a diario se le ve tomando paseos por la playa, con un chal de tejidos emberá en sus hombros, mirando hacia la infinitud de su majestad, el océano aquel, donde el agua es espumosa y negra, porque es allí donde desembocan varios ríos. Una mierda de leyenda, pienso. De seguro toda la gente de mar la ha escuchado en algún lugar de este caribe supersticioso y altisonante.
Los médicos saboteaban al piloto de la lancha, un afrocolombiano quien se nota bastante confundido. Por qué tan distantes?, me dice Trinidad casi gritando. Ella sabe (que yo sé) que se refiere a Alejandra. El motor hace un gran barullo y Trinidad se cuida con el volumen adecuado. Perdónanos por usar la cama de tus papás, le contesto. No hay problema, me dice. Pero me hicieron dormir en una hamaca para nada; yo pensé que se habían metido a la pieza de mis papás para hacer el amor. Si por lo menos la hubieran sabido aprovechar. Yo sonrío. Eso sonó muy sexualmente frustrado. Muy, aquí-voy-a-ser-la-próxima-mama-frustrada-sexual-de-Colombia. No niego ni afirmo nada. Dejo a Trinidad con la duda y con nuestro lamento tácito de que nadie le hubiera hecho nada a ella. Eso-si-que-es-un-desperdicio, pienso.
Ahora vamos caminando por la calle que lleva al Darién. Vamos Irma, Alejandra y yo y vamos exhaustos. Adelante Memo y los otros. Es un viaje casi de 6 horas contando el momento en que cierras la puerta de tu casa y pasas por encima de las hojas del garaje, hasta cuando las vuelves a pisar de vuelta, y hasta que vuelves a abrir la puerta para entrar. Irma se adelanta. Alcanza el grupo de los médicos. Yo me quedo atrás con Alejandra, dándole los últimos toques a una conversación estéril. Y qué vas a hacer esta noche, me dice. Sabe que vivo con Irma, pero no sabe que nos acostamos juntos, no se imagina que seguro vamos a estar retozando, Irma y yo, en lo que queda de luz solar azotando las matas de plátano, mientras vemos esos noticieros que yo solía ver con ella. Sé que tampoco le importa. Alejandra pregunta por preguntar; por esa cortesía tan típicamente bogotana, por llenar con palabras los últimos momentos de silencio que compartimos en esta amistad, como si supiéramos que es el fin de lo nuestro, que ya no habrá más cortejos sexuales ni salidas a pasear por las calles. Tal vez vaya a pintar las casas de este pueblo, le digo. Cómo es eso?, me dice ella, Alejandra, señora Cabello Pantene; señorita minifaldas capitalinas, Alejandra, Mrs. zapatillas Diesel. Eso, le digo, esta noche voy a poner en marcha mi gran proyecto. Esta noche empiezo a pintar las casas de este pueblo. Esta noche empiezo con los techos, todos de rojo, o quizá de azul, todavía no lo tengo muy claro; azul por el facho de nuestro inconsciente colectivo. Hemos llegado a su casa. Es el fin.
Desde entonces, pasaran los días y sólo nos encontraremos, esporádicamente, dos o tres veces en algún corredor de la alcaldía, ó en alguna reunión del hospital. Alejandra se irá a enamorar de un oftalmólogo, quien no era el Rolo, sino un oftalmólogo nuevo que va a llegar en los meses posteriores a nuestro paseo de Capurganá. Uno que viene a trabajar a una E.P.S. Alejandra se irá a vivir con él y luego terminará sus prácticas profesionales y volverá a Bogotá a organizarse con ese nuevo amor encontrado en la selva de Urabá. Yo regresaré aquella tarde a casa, pisaré las hojas de los árboles derramadas en nuestro garaje, haré el amor con Irma mientras vemos el noticiero, cenaremos con Ángela, iré al baño y cagaré algunas gemas, algún diamante y algún precioso rubí. Discutiré con Irma en mitad de la noche sobre nuestra suerte, sobre lo que será de nuestro amor de verano después de la llegada de Rosario. Luego, a mitad de la noche, me escurriré entre las sombras y empezaré a pintar los techos de rojo. Haré una gran revolución escarlata en las tejas de zinc como tributo a la sangre mulata irrigada en las bananeras y en honor al rojo de las camisetas liberales, y en honor al rojo de los rubíes que cago cada mañana antes de irme a trabajar, cuando estoy oyendo a Ángela cuadrar sus citas del día y preparar el desayuno de tortillas de chocló con café. Luego, veré pasar los días como ríos de glifosato ante mis ojos y, una mañana cualquiera, una de esas mañanas tropicales donde el resplandor del sol te hiere la mirada y te golpea las horas con una luz furiosa, y casi mediterránea, y derramada sobre casas blancas, cuando ya ha pasado todo lo que habría de pasar con Irma y con Rosario, cuando ya me he aprendido todas las canciones de Violeta Parra y de Victor Jara por cuenta de Ángela, cuando ya me he acostumbrado al ruido de las avionetas sobre-volando el pueblo, sobre mi cama encontraré una carta de Alejandra diciéndome adiós. Que ha terminado sus prácticas profesionales y que se ha regresado a Bogotá. Qué ha conseguido un trabajo en una oficina de arquitectura, "Ya no más como practicante", que extraña la vida urbana de la capital, que extraña a sus padres y que está feliz de volverlos a ver. Una carta. Diciéndome, Alejandra, que de vez en cuando recordará a Urabá, y que, de vez en cuando, también se acordará de mí. Y entonces, todo estará por venir.
Por el momento, todavía estamos frente a su casa después de aquel paseo a Capurganá y yo le devuelvo la pregunta. Ella me dice que lo primero que hará será darse un baño y que se acostará a dormir. Es domingo, me dice. No hay avionetas pasando sobre los techos. Podemos irnos a descansar. Podemos estar todo el día en casa, mira si pudiéramos estar tú y yo, como antes, si pudiera visitarte, sólo sería cuestión de diez minutos. Una ducha y, entonces, ir a tu casa y tomar el fresco en la entrada, contemplar la hojas muertas del garaje, las hojas que nunca barres, las hojas que caen de esos agradables árboles del ante jardín y si pudiéramos, luego, salir a dar una vuelta, a caminar por ahí y dibujarnos nuestras sombras en las paredes del pueblo, como lo hicimos la otra noche en homenaje a los desaparecidos cuando nos habíamos quedado sin algún bar abierto y nos habíamos ido a vagar por los alrededores de cierta estación de policía y toda esa gente al día siguiente asustada con los actos de vandalismo, que mira, que alguien había silueteado unas sombras de mujer y de hombre en la estación, que como los policías no se habían dado por enterados. Pero yo le digo que no va ser posible. Ha sido suficiente de proezas por este fin de semana, digo, que no me quedan energías, que ha sido un largo y bonito paseo a su lado, que mirá, que tengo resaca, que ya vendrán tiempos mejores, le digo. Ahora estoy muy cansado. Alejandra insiste. Parece saber que mis razones se reducen al nombre de Irma. Lo sabe. Tiene que saberlo, sabe que Irma está viviendo en mi casa, me parece habérselo contado. Quizás hasta se imagine que dormimos juntos, que Irma y yo tenemos algo, a pesar de Rosario. Ya nos hemos contado todo vos y yo, le digo a Alejandra. No hay más tema por hoy. Pero Alejandra sigue con ese asunto de los patos. Que son patos inmigrantes. Que vienen del norte huyéndole al invierno, que podríamos ir a verlos regados en la autopista; Sería una bonita toma para tus videos, me dice. Que se dirigían al sur; a la Patogonia, pero que se habían atascado en los arrozales, ahí en el mismo punto del mapa donde también se atasca la Panamericana, que los campesinos los habían envenenado. Pusieron químicos en los cultivos, me dice Alejandra. Y entonces se vino una lluvia de patos; no lo escuchaste por la radio? Lo dijo George a través de Apartadó Estéreo. De repente empezaron a caer patos del cielo como si alguien hubiera decidido lanzar toda la producción de Pollocoa desde un avión. La gente iba por la calle y tan! Sentían caer los patos a su lado, tiesos, como cuando uno va caminando selva adentro y siente caer los cocos de las palmeras. Es el mismo ruido, dice Alejandra. Una lluvia de cocos que podría descerebrarte. No. No lo escuché, le digo a Alejandra, dónde escuchaste eso vos, le digo. En el carro que nos trajo hasta acá, me contesta, es que tú te quedaste dormido; venías foquiado en el regazo de Irma y yo vi cómo ella te acariciaba la cabeza; se ve que te estima. No sé cómo pudiste dormir. Todos veníamos muy tensionados. La historia esa del muchacho que se montó a la mitad del camino. De que era un paramilitar y que venía perseguido por la guerrilla. Que lo habían sacado a plomo, que al resto de sus compañeros los habían matado en el combate y que él quería llegar hasta Medellín. Le digo que no. Que no me acuerdo, que a qué horas pasó todo eso. Que nunca me entero de los problemas del país. Que lo mío es el video y la radio, me entiendes, Aleja? La lúdica! Eso es lo mío, el arte, el rock and roll, las salidas al cine los domingos por la tarde; las conversaciones inteligentes con los intelectuales de las universidades; las noches de cerveza con las niñas consentidas como vos... las atoradas con papas fritas en Mcdonald's; los videos de Depeche Mode; el top 10 de Bilboard, eso es lo mío. Yo no entiendo todas esas cosas de la guerra; yo soy un tipo de ciudad, yo soy un bacán, un camaján como dicen los abuelos. Un tipo chévere, un poco como vos; nacido para el hedonismo, los placeres exquisitos; las grandes gestas; los macro-proyectos; creo en el trabajo como fuente de diversión, que por eso algún día me quiero ir de acá, que no vine a quedarme a vivir toda la vida en este pueblo de cerdos flacos y de ventiladores destartalados y de charcos llenos de mosquitos; que por eso, a veces, rompo con la rutina y por eso, a veces, me gusta irme en días hábiles a la playa, a reflexionar, a jugar el rol de artista incomprendido.
Quiénes son los tales paracos, Alejandra. Qué hacen? Pelean contra la guerrilla o contra el estado? Quién los creó? Cómo se financian? Quién puso el plante para que agarraran tanto poder? De dónde sacan esas armas tan sofisticadas? Parecen de fabricación israelí. Hay algún interés internacional detrás de ellos? Por qué sus uniformes lucen tan nuevos y finos? Cuáles son los cerebros qué están detrás de un engranaje tan bien diseñado? Podrías decirme vos, Alejandra? Vos que casi te vomitaste cuando nos tocó lavar los platos en la finca de Trinidad, porque el olor a desperdicios te daba asco? Tenés una respuesta a estas preguntas? Quién lava los platos en tu casa? Quién hace los deberes? Alguna vez has cogido una escoba para barrer las hojas del garaje?
[untitled]A Chapter by William Zapata 3.2.08
© 2008 William Zapata |
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Added on March 23, 2008 |