Relato ISLA DEL DESEOA Story by Luis TamargoColección "Son Relatos", (c) Luis Tamargo.Aquel no fue un año fácil, casi incluso que llegó a complicarse en exceso. Porque hay momentos en que la vida parece no ponerse de acuerdo y que envía las desgracias sin orden ni concierto o, al menos, eso le pareció a ella dentro del caos operante en que se encontró envuelta. Lo único bueno pertenecía incluso al pasado año recién finalizado, aquel viaje que ganó en un sorteo de radio y que tan a gusto recibió en un principio, también se vio afectado y sería imposible llevarlo a cabo con su novio de siempre a causa de la inevitable ruptura de sus relaciones sentimentales con que el año dio comienzo. Así que, a la vista de tanta contrariedad ofreció a su compañera de trabajo la plaza vacante del susodicho viaje, condición indispensable para hacerlo realidad. Matilde aceptó de buena gana, aunque sin mostrar en un principio exagerado entusiasmo. Yoli era una buena compañera e, incluso, a causa del viaje cabía la posibilidad de que su amistad fructificara del todo. Los
días de la anterior semana a sus vacaciones pasaron en un soplo entre planes e
ilusiones que, sin acabar de establecerse, ya se estaban nuevamente renovando.
Ninguna de las dos dejaba nada atrás que les impidiese vislumbrar el horizonte
despejado de sus proyectos y, libres del trabajo que antes les atenazaba, por
fin llegó el tan ansiado día en que aquel vuelo les llevó hasta la isla de sus
proyectos. Ya durante el trayecto que duró casi diez horas, tuvieron ocasión de
conversar tocando los más variados temas, desde comentarios personales acerca
de algunos cotilleos de moda de la vida cotidiana hasta opiniones más
subjetivas aún, relativas a caracteres o sentimientos, incluso mezclando ambos
extremos en un batiburrillo de reflexiones que buscaban confrontar modos de ver
o pensar y hallar puntos en común que les ayudase a conocerse mejor.
Yolanda le explicó lo de su noviazgo roto, el carácter desordenado del
chico, además de su falta de sana ambición. Ella trabajaba desde los dieciocho
años y eso marcaba una diferencia notable en otros aspectos donde la realidad
del día a día no permitía deslices. Sin embargo, él en vez de proponerse metas
que lograr para hacer efectivo el futuro propio en el que convivir junto a
ella, se comportaba como un irresponsable muchacho que parece que siempre va a
continuar igual. Yolanda le explicó cómo esa falta de seriedad era lo que más
le disgustaba de él, pero Matilde escuchaba distante este tipo de réplicas y
reproches en voz alta que su compañera le detallaba, como si no fuera con ella
ese talante de abordar los acontecimientos. Para Yolanda fue, de nuevo,
tropezar con el obstáculo insalvable que desde que conoció a su amiga se
levantó entre ellas, prediciendo un futuro de difícil entendimiento para su
amistad. Fue el único tema de conversación donde Mati, como su amiga insistió
en que la llamara con confianza, no demostraba afinidad ni criterio alguno, al
hablar de la forma de ser o actuar de los hombres. Lo achacó, tal vez, a lo
temprano de su relación amistosa, quizás fuera preciso algo más de tiempo para
que esa confianza saliera a flote, aunque es raro que entre mujeres eso no se
deje notar en el detalle más sutil. Prefirió, no obstante, no darlo excesiva
importancia y dejar que las vacaciones discurrieran espontáneamente. Nada
más llegar al hotel les esperaba la guía del grupo para señalar unas
indicaciones generales sobre la estancia en la isla. Luego, subieron a terminar
de colocar sus equipajes en la habitación para después salir a cenar al porche
en su primera noche de vacación. Durante la cena la conversación se hizo más
esporádica, pues el cansancio del viaje se hacía notar y, además, habían tocado
por ese día muchos y variados temas. Yolanda se fijó en el grupo de muchachos
que habían llegado posterior a ellas y que, en otra mesa, armaban gran
algarabía y jolgorio; algunos de ellos no estaban mal y habían dirigido la
mirada a su mesa, pero tuvo reparo en hablar al respecto con Mati. Ella había
acariciado la idea de renovar su bagaje emocional con la relación divertida de
algún chico y no descartaba la posibilidad de un romance que diera impulso
nuevo a su recién estrenada vida afectiva o, al menos, a sus vacaciones.
Lamentó no encontrar complicidad con Mati hasta ese punto, pero quizás mañana
después de haber descansado, los planes y deseos ocultos afloraran sin
cortapisas, pues no resultaba fácil desembarazarse de las obligaciones ni de
los hábitos que impone la absorbente rutina. A la
mañana siguiente lució un sol endiablado, imperdonable desperdiciarlo sin
tenderse en la playa sin otra preocupación que equilibrar el bronceado y
dejarlo bien repartido por cada centímetro de piel de sus castigados cuerpos.
Las playas en la isla eran lo suficientemente extensas para que, exceptuando
los núcleos de entrada o salida, hubiera amplitud de espacios donde escoger
tumbarse con tranquilidad. De cuando en cuando una nativa se acercaba con su
cesto de refrescos y chucherías para ofrecer a los turistas. En una de esas
ocasiones, a causa del calor, pidieron un refresco a una ellas, una mujer
madura de color que, bajo su vestido blanco, aún resaltaba más el tono oscuro
de su piel morena. Recogió afable las monedas y se desató el pañuelo blanco que
llevaba a la cabeza para volver a atarlo, firme, de nuevo. Entonces, les
preguntó si asistirían esa noche a la fiesta del Gallo Dulce y, ante la
sorpresa de nuestras preguntas, la mujer nos contó que habíamos llegado a la
isla precisamente en la celebración de una de sus fiestas más conmemorativas...
Se celebraba cada año coincidiendo con las dos noches más cercanas al
plenilunio, siempre que las mareas lo permitían, y tenía lugar en la playa que
llamaban del Medioeste, desde el acantilado que separa ambas playas. Era
tradición en la isla, continuó explicando la señora de blanco, que en esa
primera noche los jóvenes se desnuden y bañen así sus cuerpos en la playa; en
la del este las muchachas y en la del medio los muchachos. Luego, a la segunda
noche, tanto ellas como ellos irán a escoger su pareja sea en una u otra playa. -A veces se encuentran parejas que duran para
siempre...-, detalló la nativa. La
señora acabó de relatar la ancestral costumbre de la isla y lamentó que
últimamente muchos extranjeros se acercaran a la fiesta solo para fisgonear los
cuerpos desnudos, sin ánimo de participar. Finalmente recogió su cesto y abrió
mucho los ojos al recomendarles que nadie debería perderse una celebración como
aquella, pues sus efectos beneficiosos no tardaban en notarse... “Todo se ve
más claro. Suerte!”, dijo al despedirse. De
vuelta al hotel hicieron planes para participar en esa fiesta de la que no
hablaban los pasquines publicitarios, al menos, la noche se ofrecía tentadora.
En el vestíbulo se cruzaron con el grupo de chicos que cenó la noche anterior
junto a ellas, en el porche del hotel, y con ganas de agradar uno de ellos
saludó con efusividad... - Se ha dirigido a ti, Mati,...como si te
conociera! - Trabaja para el Sr. Dylon, de la promotora
de nuestra empresa. Es uno de los distribuidores...-, Mati lo dijo sin emoción,
casi maquinalmente.
Vaya, parece que la noche, la fiesta o lo que sea, quizás las
vacaciones, van haciendo entrar en materia hasta a las más reacias... Al menos,
su amiga, pensó Yolanda, iba rompiendo los hielos que abotargaban su timidez,
se había fijado en el chico, algo fría en el comentario, eso sí, pero al menos
algo era algo. Sí, al menos aquella fiesta iba a traer los aires renovados que
tanto deseaban. Se
dirigieron al acantilado que separaba las dos playas cuando la luna estaba
redonda y clara presidiendo la playa. Abajo se podían distinguir los grupos de
chicos y chicas que despojados de toda vestidura bañaban sus cuerpos en el mar.
Se desnudaron, se miraron entre risas y, guardando las ropas en el hueco de una
de las rocas, descendieron a la playa para sumarse a la fiesta de las mujeres.
La temperatura no podía ser más idónea, incluso dentro del agua; la luna con su
halo pleno de luz ayudaba en dar calidez a la noche o, también pudiera ser que
fuera aquella bebida de los cestos que las muchachas repartían generosamente a
todos los participantes. Lo cierto es que la noche transcurrió entre olas,
cánticos y licor, hasta que los cuerpos cansados acabaron retirándose casi al
mismo tiempo que lo hacía la luna.
Yolanda y Mati se propusieron descansar lo que restaba del día para,
también esa otra noche, terminar de asistir al festejo completo. Yolanda estaba
decidida a disfrutar de aquella noche prometedora y, sonreía en silencio al
pensar en su amiga, ya que esa noche se vería obligada a decidirse y actuar.
Cuando llegaron a lo alto del acantilado observaron como hombres y mujeres
acudían de una a otra playa buscándose, estableciendo parejas previamente
elegidas o improvisadas sobre la marcha. Se desvistieron con impaciencia,
guardaron las ropas entre las rocas y, cuando se disponían a descender por el
acantilado, Mati le agarró de una brazo deteniendo su marcha. Yolanda miró
atrás, inquisitiva... -¿Qué sucede? Vamos a la fiesta... Su amiga la miró con fijeza y, ahora, le
sujetó también el otro brazo. Luego, le acarició el cabello, dejando resbalar
la caricia de su mano por su rostro con suavidad. -No, no puedo... Me gustas tú... Las
palabras de Mati sonaron como un trueno en la inmensidad de la noche
silenciosa, ahora lo explicaban todo, la negativa a mostrar sus sentimientos,
su actitud reacia a todo lo referente a los hombres o a razonar la directriz de
sus emociones. Sin embargo, el calibre de aquel descubrimiento no le redimía de
sus posibles consecuencias. Yolanda se abrazó a ella... -Te entiendo, también te quiero, pero no...-,
musitó, tratando de consolar a su amiga. Así,
abrazadas y desnudas, permanecieron una junto a otra en la pendiente del
acantilado durante toda la noche, ajenas a la fiesta, firmando el sello de una
amistad mucho más duradera de la que ninguna hubiera imaginado. No presenciaron
el final de la fiesta, cuando le cortan la cabeza al gallo para echarla al mar
entre los gritos eufóricos y desorbitados de todas las parejas y asistentes,
pero ni eso les importó; ahora se bastaban ellas mismas. El
resto de los días de sus vacaciones transcurrió rápido, intenso. Ambas se
confesaron, examinaron la naturaleza de sus pretensiones con confidencias
íntimas, estrechando aún más sus lazos como amigas. De regreso a casa, ambas
pudieron constatar el equilibrio milagroso que aquel viaje obró en sus vidas.
Algo de cada una, único y exclusivo, se había propagado en la otra, a modo de
compensación de lo que carecían. Mati aprendió a valorar el cariño de lo que
más puede semejarse a una amistad verdadera, incluso la lección sirvió para
encauzar su afectividad, pudo prescindir de la necesidad de contacto sexual con
otra mujer y no sentirse indefensa por ello. Para Yolanda la experiencia
sufrida vino a reforzar su idea realista de la amistad, le aportó ángulos
nuevos e inexplorados de comprensión, quizás algo inusuales o atrevidos para
ella, pero no por ello enriquecedores. La vuelta al trabajo no suele por costumbre acogerse con especial optimismo, casi hasta ellas mismas se sorprendieron. Pero el viaje de sus vidas ya había realizado un giro decisivo. Mati ascendió en su puesto, pasó a las oficinas de la promotora, quizás influída por su recién iniciado noviazgo con el chico que trabajaba como distribuidor para el Sr. Dylon o, quizás, de acuerdo al carácter mágico del viaje aquel que terminó de unirles para siempre. Sin embargo, para Yolanda no dejó de ser un año difícil... El viaje representó un ligero desahogo dentro de su caótico acontecer, pero incluso pertenecía al año anterior. Quizás para las próximas vacaciones, quizás el año próximo se le cumpliera un deseo. .
El autor:
*Es una Colección "Son Relatos", (c) Luis Tamargo.-
© 2018 Luis Tamargo |
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Added on May 24, 2008 Last Updated on August 13, 2018 AuthorLuis TamargoSpainAboutEl autor, LUIS TAMARGO, es natural de Santander, en el norte espanol. Documentalista clínico de profesión, curso estudios de Letras y Humanidades y ha publicado "Escritos Para Vivir" .. more..Writing
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