Relato SIEMPRE AMIGOSA Story by Luis TamargoColección "Son Relatos", (c) Luis Tamargo.Tampoco esa mañana le costó madrugar, a pesar de que era su última semana en la biblioteca. Durante más de veintinueve años no había faltado jamás a su puesto de trabajo, ni una enfermedad ni un momento siquiera de perezosa desgana se cruzaron en su camino o por su mente. Si bien recordaba la dureza de los comienzos, acostumbrado a otros quehaceres, en los que la fuerza física predominaba, y a ir dando tumbos, también, de un trabajo temporal a otro, pronto se le hizo cómodo el ritmo cuadriculado, pero armónico de su horario cronometrado en la biblioteca. A decir verdad, no sospechaba que aquella ocupación se convertiría, con el paso de los años, en la estabilidad definitiva; gracias a ella, pudieron hacer realidad sus proyectos de familia. Aunque no tuvieron hijos, adquirieron una hermosa casa, que Emily se ocupó, gustosa, de tener siempre bien arreglada, tan limpia y presentable que "si les visitara la misma realeza, de nada habrían de preocuparse", ejemplo con que solía ella misma defenderse de los continuos intentos de su marido por convertirla en un anexo del trabajo. "...Libros,
libros, ¿acaso vas a ofrecer sólo eso a las visitas? Sin embargo,
las visitas no sólo resultaban escasas, sino que podía afirmarse que no
existían. Les bastaba, no obstante, con su ordenado círculo repetitivo de
conductas vitales, de casa a la biblioteca y vuelta a lo mismo; algún paseo o
excursión, en aisladas ocasiones, y otra vez de regreso a la inflexible rutina
del hogar. Después de toda una vida, Theo veía llegar el trabajo a su hora
final, el viernes siguiente ya estaría jubilado, precisamente ahora que necesitaba
distraerse más con una tarea, ahora que faltaba su esposa y el único tiempo que
sobraba lo acaparaba su ausencia. El año
anterior, Emily le dejó para siempre tras una larga enfermedad, de la que no
logró recuperarse. Primero empezó con ligeros mareos, hasta que terminó por
perder la memoria por completo, ni a él lo reconocía; así que Theo se vio
obligado a recurrir a un sanatorio, en el que atendiesen a su esposa como era
debido. No era lo mismo salir del trabajo y estar con ella, antes de regresar a
casa; pero al menos le hablaba y, aunque ella no atendía, a él le confortaba su
sola presencia. Sin embargo, le asustaba enfrentarse a todo un día por delante,
sobre todo, ahora que había adquirido un ritmo metódico de vida. Desde luego,
no era el mejor momento para empezar de nuevo, y tampoco tenía el ánimo
dispuesto para ello. Desde la
desaparición de Emily, lo pensó muchas veces, no quería tener un final así,
perder el puro entendimiento le parecía lo más horroroso que podía sucederle a
una persona. Él vivió a su lado en sus últimos momentos, y lamentaba los
estragos de la enajenación, todo el bagaje cultural del ser humano se borraba
sin remedio ni futuro. Tampoco es que, en su juventud, destacara en sus
estudios, pero aquel puesto de bibliotecario le había ayudado a ganarse el
jornal y, además, le había propiciado una cultura nada desdeñable que atesoraba
con merecido orgullo. Primero, en
los ratos libres, luego llevaba las lecturas a casa, y las devolvía como un
estudiante inscrito más. A su esposa no le desagradaba la idea de que él leyera
casi como si devorase los libros, le atraía su avidez de conocer; sólo se
mostraba adusta ante la insistencia para transformar su salón de estar
isabelino en una habitación plagada de sosas estanterías, repletas de libros.
Ahora, sin embargo, Theo dio, por fin, rienda suelta a su sueño y, cuando
volvía del trabajo, podía sentarse en su salón rodeado de los clásicos del
saber de todos los tiempos; ella, si viviese, se lo disculparía. Su vida se
había convertido, al final, en un ir de una biblioteca a otra, pero tal era su
deseo y felicidad. A veces, buscaba durante horas, hasta hallar el manuscrito
referido por la bibliografía; entonces, su satisfacción era inmensa,
aprovechaba cualquier instante de calma para leerlo en su mesa de trabajo. En
una ocasión, la búsqueda le llevó varios meses, hasta dar con un ejemplar
empolvado por el que recibió las felicitaciones de sus superiores. Se trataba
de un volumen único, de considerable valor, que, enseguida, pasó a la sala de personalidades
ilustres, en vez de dejarlo en la de atención al público. Sobre todo, por las
tardes, cuando marchaban los más jóvenes, gozaba de una mayor oportunidad para
dedicarse de pleno a sus libros. Sin embargo,
la preocupación le rondaba desde hacía semanas, desde que una tarde se topó con
un cliente que le preguntó por un título, mientras rebuscaba entre los estantes
de la biblioteca. No había nada extraño en solicitar una lectura juvenil si
bien quien se lo pedía iba ataviado de pirata... Lo volvió a encontrar algunas
tardes más, junto a otro acompañante, revolviendo entre los libros de
aventuras, pero no quiso prestarles más atención de la debida. Además, andaba
muy enfrascado en la lectura de "La Batracomiomaquia", una joya que
se había regalado él mismo para celebrar su jubilación como más le gustaba, y
pensaba continuar leyéndolo en casa. En aquel su
último día de despedida le distrajo el tono elevado de las voces, detrás de los
estantes. Se acercó para reclamar el silencio apropiado, que debía respetarse
en aquel lugar, a pesar de que la sala de lectura estaba vacía... Esta vez fue
el acompañante del pirata el que habló: "¿...No me
diga que no sabe quién soy? "Por favor,
señores, hablen más... "Pero a mí
sí, ¿no?... "le interrumpió el vozarrón del pirata" ...Pues claro,
hombre,...¡Jhon Silver! ¡El mismo! ...Le presento a mi amigo, ¡el capitán Nemo!
...¿A que ahora sí? "...Miren,
señores, no sé si... "Theo balbuceaba, arrinconado en una esquina de la
biblioteca, tratando de poner en orden sus aclaraciones ante un par de
hombretones que no parecían tener intención de atender a razones... "¡No me diga
ahora que no...! "volvió a inquirir el de la barba más recortada. "...Sí,
claro, les leí de muchacho, pero... "trató de objetar sin éxito. "¡Pues
entonces, amigo! ...Mira, ven, vamos a firmarte una dedicatoria por tu amable
detalle... Theo andaba
de verdad inquieto, pues, ahora que recordaba, al que se hacía llamar Nemo lo
había visto en la calle, en el trayecto desde su casa, en varias ocasiones.
Aquella situación no podía traer nada bueno para su necesidad de paz y
bienestar, cuánto debió sufrir la pobre Emily... A la mañana
siguiente, cuando la señora de la limpieza abrió la biblioteca, se encontró a
Theo tumbado sobre la mesa, con el rostro hundido en un libro... Se temió lo
peor y, apresurada, alertó al guarda que entraba en ese momento. Para cuando
llegó el director de la biblioteca ya se había personado la policía; entre
todos aguardaban el diagnóstico del forense, encerrado en la biblioteca con su
ayudante y el difunto Theo... "...Ya es
mala suerte, ¡se jubilaba mañana! "se lamentaba la limpiadora, afectada. El director
de la biblioteca se aflojó la corbata para respirar mejor, iba a cumplir los
mismos años que aquel empleado... "Sí, era su último día... El autor:
*Es Una Colección “Son Relatos”, © Luis Tamargo.-
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2 Reviews Added on March 21, 2008 Last Updated on August 13, 2018 AuthorLuis TamargoSpainAboutEl autor, LUIS TAMARGO, es natural de Santander, en el norte espanol. Documentalista clínico de profesión, curso estudios de Letras y Humanidades y ha publicado "Escritos Para Vivir" .. more..Writing
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