Relato LA MAGAA Story by Luis TamargoColección "Son Relatos", (c) Luis Tamargo.La llamaban la Maga porque era capaz de resucitar a un muerto. La fama de sus encantos le valió traspasar la frontera de la leyenda. -Si alguna vez pasamos por Villa Farbar no
podemos perdernos el espectáculo de la Maga! Es genial...-, bromeaban sus
compañeros, entre risas y chascarreos.
Desde que había comenzado la copromoción con la otra empresa su trabajo
entró en una etapa de colaboración, donde el contacto con sus compañeros era de
cumplimiento obligado para que aquella labor de equipo que se perseguía lograra
los frutos previamente planificados. Las reuniones de trabajo se sucedían cada
semana, aunque si la importancia de la gestión lo requería podían realizarse en
el mismo día. En otras ocasiones, se trasladaban a diferentes lugares o
ciudades de su zona de trabajo para tratar los temas prioritarios y las medidas
a tomar. Ni que decir tiene que esta estrecha comunicación entre los delegados
comerciales creaba aún más posibilidades de conocerse, incluso de respetarse,
pues los gustos y preferencias obedecían a caracteres subjetivos y diferentes.
La clave consistía en equilibrar situaciones, pues si el trabajo era lo
importante, no se podía ni debía transgredirse el área en lo personal. Al menos
así lo consideraba él, para quien lo mejor de su profesión radicaba en el
conocimiento de las relaciones interpersonales y, de ahí, que lo considerara un
tema delicado. Para
él, sin embargo, aquel año fue delicado en exceso. Su esposa había fallecido en
accidente y, con los hijos crecidos, el trabajo se convirtió en una herramienta
de escape al permitirle descargar su tristeza y concentrar sus expectativas en
nuevos anhelos. Todo era muy reciente y le costaría esfuerzo sobreponerse a la
nueva situación. No obstante, siguió fiel a su carácter tranquilo y familiar.
Nunca participó en las aventuras de sus compañeros, pero los respetaba.
Comprendía aquellos deslices en los Clubes de alterne, las ganas de divertirse
y disfrutar, aunque él siempre se conformó con pasarlo bien de otro modo. Los
compañeros también le conocían y no se entrometían en sus particularidades,
pues en lo profesional también le avalaba su seriedad. Además, era un buen
compañero. La
reunión semestral aquella vez se celebró en Villa Farbar y, después de toda una
jornada dedicada a resolver los asuntos que les convocaban, llegó el momento
esperado de la noche para tratar de distraerse con otras diversiones más
placenteras, pues no siempre se iba a estar pensando en lo mismo. Al acabar de
cenar se dirigieron a la Sala de la Maga, el renombrado espectáculo en directo
prometía una noche de verdadero disfrute. Él los dejó marchar y, como en tantas
otras ocasiones, entró al hotel, allí, en su habitación se puso cómodo y cambió
de una a otra cadena del televisor sin encontrar nada de su interés. Intentó
leer algún capítulo más del libro que le acompañaba en los viajes y, por fin,
se dispuso a descansar. Sin embargo, el sueño no hacía acto de presencia, casi
que auguraba la típica noche de difícil arreglo. El recuerdo reciente de su
esposa aumentaba su peso en la soledad del dormitorio y, entonces, la
sobrecarga le desvelaba. Se incorporó de nuevo y, volviendo a vestirse, bien
abrigado, salió a la calle. Villa Farbar es una población en creciente
desarrollo, pero a esas horas la animación estaba en otros lugares. Le vendría
bien tomar el aire fresco de la noche paseando las calles vacías y, así, caminó
sin dirección previa, tan solo pretendía atraer el cansancio necesario para
después dormir mejor. Al
dar la vuelta a la manzana, en mitad de un paso cebra, una elegante limusina
descansaba con sus luces de alarma intermitentes, mientras una igualmente
distinguida señora intentaba recambiar el neumático averiado sin terminar de
localizar las herramientas. Pareció suspirar de alivio al apercibirse de que
alguien venía en su ayuda, llevaba allí media hora sin que nadie apareciera ni
siquiera para poder preguntar por dónde debía de empezar. Así que acogió con
entusiasmo la voluntaria iniciativa del solitario transeúnte. A él le llevó
trabajo maniobrar aquel enorme y largo vehículo, pero al final consiguió
reponer la rueda pinchada. Al acabar, le aconsejó llevar al día siguiente el
neumático afectado a un taller para que ciertamente se cerciorara de que
quedaba bien reparado. Ella le escuchó atenta, aunque ya tenía pensado el
detalle de su agradecimiento y, lo sabía, descubrió en él a un hombre bueno.
Casi le empujó al asiento trasero de la limusina y cayó sobre él... -Gracias, cariño, gracias. Yo sé lo que
necesitas, pero debes dejarte ayudar... Le
sorprendió lo inverosímil de tal situación, pero ella era una fiera de mil
brazos, eso sí, certeramente expertos. Le oprimía con el peso de su cuerpo, impidiéndole
levantarse y, con ataques constantes de besos, le tapaba la boca, mientras iba
despojándole con rapidez del abrigo y de los pantalones... Aquello era algo
increíble, imposible pedir explicaciones o disculparse, ella llevó la voz
cantante y finalmente, derrotado, cejó de oponer resistencia, sobre todo cuando
aquellas partes tan sensibles se entregaron a tan sutil caricia. Aprovechó la
imposibilidad de huir para entregarse con empeño a la obra iniciada y, uno con
otro, acabaron por lograr exhalar gemidos de agradecimiento entre suspiros de
apasionado esfuerzo. -Hasta siempre, cariño!... Gracias. La
limusina se alejó por la oscuridad de las calles hasta perderse en un horizonte
de semáforos despiertos. Envuelto en su abrigo, se atusó el bigote y se dirigió
andando a su hotel. Ahora el cansancio hacía mella en él y necesitaba asimilar
la naturaleza de lo ocurrido, todo tan repentino e intenso. Desde luego, ni una
palabra de esto a sus compañeros, les defraudaría o tal vez le tomarían por
embustero. En la sobremesa de la jornada siguiente,
cuando los demás bromeaban acerca de la juerga pasada en la noche anterior,
permaneció más callado que de costumbre y solo reaccionó cuando uno de los
compañeros señaló en el folletín de la Sala de la Maga a las distintas vedettes
que conocieron en vivo durante el espectáculo. El compañero mostró la imagen de
la Maga, señalando con su dedo una foto grande de medio cuerpo que le hizo
estremecer... Era la misma señora a la que cambió la rueda, la misma que le amó
con tanto frenesí... -Es la Maga!-, comentaban entre sí los
compañeros. -Es un lujo para nuestro alcance... ¿Sabeis
lo que dicen que cuesta por un día entero...? -Sí, sí. Creo que no admite por horas, ni
siquiera una noche. Es un lujo, demasiado... De regreso a casa, finalizada la reunión, al quedarse a solas, le entraron ganas de cantar, de chillar... Era extraño, pero se sentía bien, feliz. Era como si una nube oscura y pesada hubiera desaparecido y, en cambio, una brisa ligera viniera a resucitar un frescor de tardes recuperadas. El autor:
*Es una Colección "Son Relatos”, (c) Luis Tamargo.-
© 2018 Luis Tamargo |
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Added on February 27, 2008 Last Updated on August 13, 2018 AuthorLuis TamargoSpainAboutEl autor, LUIS TAMARGO, es natural de Santander, en el norte espanol. Documentalista clínico de profesión, curso estudios de Letras y Humanidades y ha publicado "Escritos Para Vivir" .. more..Writing
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