Recuerdos

Recuerdos

A Poem by Sofía.
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Escribir me recordaba a ti, ya no.

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El olor a flores quemadas y a té de menta me llenaba. 
Veía como las rosas rojas se reducían por el fuego que las consumía lentamente. 
Le di un sorbo a mi té, quemándome la garganta, pero no me importó.
Las rosas rojas que me regalaste aquél día en la mitad de la calle seguían ardiendo en la estufa que se encontraba frente a mi. 
Había un ambiente cálido pero me sentía fría.
El beso que me diste luego y el claxon de un auto acercándose a nosotros que nos hizo separarnos. 
Las rosas rojas servían como disculpas,  ya no.

La luz tenue y anaranjada de la estufa me causaba nostalgia. 
Los sobres de café que alguna vez fueron estaban completamente carbonizados. 
Nunca me gustó el café.
Recuerdo el sonido de la máquina por las mañanas, y el olor a café que a ti te gustaba. 
El líquido casi negro que llenaba tu taza, y la vez cuando accidentalmente lo derramaste sobre mí luego de una pelea. 
El vapor caliente de tu taza de café servía como buenos días, ya no.

Las paredes se tornaban anaranjadas gracias a la luz que daba el fuego de la estufa.
Tus discos de música, quemados. 
El olor a plástico me inundaba. 
Cuando se reproducían una y otra vez aquellas noches en la terraza.
Me dijiste que me amabas por primera vez, con una de tus canciones favoritas de fondo. 
Lila se subió a mi regazo de un salto y se acomodó en mi pecho. 
Tus ojos verdes me miraban expectantes esperando ser correspondidos. 
Te dije que te amaba por primera vez, con una de mis canciones favoritas de fondo. 
Los discos servían para tocarte, ya no.

Mi mente estaba en otra parte que no era en la que debía estar. 
Las páginas del libro que leías todas las noches antes de dormir, arrancadas y quemadas, como todo lo demás. 
Mi té ya estaba frío, pero todavía quedaba más de la mitad de la taza. 
Solías leerme algunos capítulos, y aunque no los entendía, los escuchaba atentamente. 
El sonido de tu voz me calmaba. 
Le dí un sorbo a mi té, ahora helado. 
Me dijiste que no me ibas a leer el final del libro.  
Cuando te fuiste lo hice.  
El libro servía de distracción, ya no.

El sonido de la leña quemándose me producía cosquillas. 
El brazalete de hilo azul que me diste cuando fue nuestro primer aniversario ya no estaba conmigo, ni contigo. 
El brazalete me llevaba al pequeño picnic improvisado debajo de un árbol, y a tus labios sabor cereza. 
El sonido de las gotas chocando contra el techo de casa me hacía sentir segura, como tú lo habías hecho una vez. 
Tu voz resonaba en mis pensamientos, creando un eco interminable. 
El brazalete de hilo azul servía para sentirme segura, ya no.

Las cortinas de la habitación estaban abiertas, permitiéndome ver a los autos pasar y a las luces de la ciudad. 
Cada una de las fotos se encontraban quemadas.
Desde nuestra primera cita hasta el último día en el que estuvimos juntos. 
Las fotos que sacamos en el estanque, cuando me mojaste con el agua un día de otoño, luego te arrepentiste y me diste tu chaqueta. 
Las bocinas de los automóviles en la carretera me distraía del silencio de la casa. 
Cuando me cantabas para que pudiera dormir cuando nada estaba del todo bien. 
Las fotos servían para saber quiénes éramos, ya no.

Las cortinas color blanco de los grandes ventanales ondeaban por el viento. 
El papel que tenía escrito con un bolígrafo de tinta negra la letra de una canción ya no existe más, como nosotros. 
Esa canción solo significaba algo para nosotros dos. 
El día que me la diste llovía, me abrazaste y dejaste que apoyara mi cabeza en tu pecho. 
La tinta fresca en el papel se corrió un poco. 
La canción no significaba nada más para el mundo, porque el mundo no significaba nada más para nosotros. 
El papel con la letra de la canción servía para volver a quererte, ya no.

El fuego se iba apagando, y la habitación se iba enfriando cada vez más. 
El mapa que guardabas en tu auto prendió otra vez las llamas, pero solo por un momento. 
Cuando teníamos muchos caminos por recorrer, tu mirada siempre me hacía sentir como en casa. 
No importa dónde estuviésemos, pertenecíamos a todos lados y a ninguno. 
Las carreteras que recorrimos y por las que nunca pasamos. 
El mapa servía para saber a dónde pertenecíamos, ya no.

La luz de la luna se colaba por los cristales. 
Tus recetas médicas ya no pertenecían a este mundo. 
Las recetas que me habían hecho creer que todo estaba bien. 
Cuando lo único que hacías era dormir. 
Todo se sentía frío y gris a mi alrededor. 
Tus ojos ya no tenían el brillo de antes, y eso me preocupaba. 
Me acostaba contigo sin poder dormir, y tú solo te acercabas un poco a mi. 
Las recetas médicas servían para estar tranquila, ya no.

Se veían pocas estrellas en el cielo oscuro por las luces de la ciudad en la que alguna vez nos perdimos. 
El frasco de pastillas estaba ya derretido. 
Cuando me dijiste que no era nada importante. 
Cuando sólo el hecho de estar contigo se sentía bien. 
Cuando tu sonrisa era lo único que podía hacerme feliz. 
Cuando nos imaginamos un futuro juntos. 
Nuestras manos entrelazadas hacía que el resto del mundo perdiera el sentido. 
Lo teníamos todo y nada. 
Teníamos el mundo y las galaxias. 
Hasta que nunca más regresaste. 
Las pastillas servían para mentirme, ya no.

Dejó una rosa roja en el suelo mojado. 
"Elliot James Tanner Hamilton, 16 de enero de 1993 - 1 de marzo de 2013" era lo que decía la piedra frente a la chica. 
No sabía nada. 
No quería saberlo. 
Había pasado tiempo de su muerte, y era necesario olvidarlo, seguir con su vida, habían tantas cosas que no había hecho, que no había probado, que no había descubierto. 
Necesitaba dejar ir al fantasma. 
Necesitaba deshacerse de los recuerdos.

© 2020 Sofía.


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Added on July 21, 2020
Last Updated on July 21, 2020
Tags: español, poema, amor, romance, muerte, poesía

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Sofía.
Sofía.

Uruguay



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Me gusta escribir y leer, pero por sobre todo el café. more..