Promesa a un continente (Promise to a continent)A Chapter by Diego Méndez RomeroFelipe Chadid, fundador de Salus —el Partido de la Salud— y candidato a las elecciones presidenciales europeas, promete superar la gran crisis económica y curar el cáncer en solo 4 años. No le creen.
Capítulo 1. Promesa a un continente
"Nuestro partido se llama Salus. Somos la salud de los enfermos, no la libertad de los privilegiados." Benjamin Kühnlenz, premio Nobel de Química Las civilizaciones tienen alma, porque el alma humana brota de una civilización, como las emocionadas hojas verdes nacen de la rama que las nutre y les da la vida. Pues en el alma de cada persona, retoño de civilización, permanecen vivos todos sus ancestros. Habitan el corazón del occidental, especialmente del europeo, un jornalero condenado a trabajar de sol a sol, un disciplinado soldado de infantería que defiende a su raza en el frente, y un nazi sediento de sangre y lleno de odio. Lo ocupan un hombre piadoso que vive postrado su devoción, un racionalista adicto a pensar y que conoce los riesgos de creer en lo que no existe, y un revolucionario iconoclasta que quema iglesias y defenestra obispos. También viven allí, entre otros, un juerguista, una persona noble y paciente, y una madre generosa. Hitler, Darwin y la Virgen María comparten búnker subterráneo en la personalidad europea, en los secretos refugios de su apasionado corazón rojo, entre cada una de sus rugosidades y corriendo por los capilares que lo cruzan y adornan. Porque igual que durante siglos el agricultor europeo, empleando todas sus fuerzas, hundió la reja del arado para crear los surcos en la tierra, así las desgracias y las alegrías, las vivencias y las ideas de cada esclavitud, de cada revolución, de cada enamoramiento y epifanía, dejaron surcado y labrado el corazón de esta cultura. Se conservan en él todo lo que sus antepasados aprendieron "aun lo desaprendido", las emociones que pudiera necesitar junto a las que llegaran a estorbarle, esperando el momento justo, el entorno idóneo, la situación perfecta para despertar a la vida y transformar el mundo. Aquella tarde, tras subir algo nervioso unas escaleras azules, llegar a un atril de cristal transparente y ajustar a su altura dos delgados micrófonos negros, habló Felipe Chadid, nieto de la inmigración marroquí, y a su corazón europeo le brotaron la voz y los gestos del revolucionario esperanzado. "No valen lo mismo los euros que compran fichas en el casino de Montecarlo, que los euros que compran leche y pan para nuestros hijos"dijo el candidato Chadid, bajo la luz deslumbrante y calurosa de una docena de focos". ¿Por qué contarlos iguales? El auditorio, construido recientemente a las afueras de Berlín, estaba repleto. Más de dos mil butacas se disponían en escalones de semicírculos crecientes ante Felipe; no veía ninguna vacía. Señores con corbata y gabardina gris, jóvenes alemanas de pelo rubio y ojos luminosos y algún que otro chico con pañuelo palestino bajo una descuidada barba morena al lado del matrimonio jubilado que luce pendientes y reloj de oro. En la primera fila, las cabezas que asienten de sus primeros espadas: Francesca Gavazzi, la genial economista que Felipe aún no entiende cómo logró reclutar para el partido; o Benjamin Kühnlenz, el premio Nobel de Química, ¡menudo fichaje estrella!; o Bartholomew Molloy, el experto sociólogo... y tantos otros de gran talento. Sentada junto a una butaca vacía, la más valiosa recluta de todas, su esposa Libertad, sonriéndole con la mirada. Felipe Chadid era un hombre muy joven, corpulento y en forma. Piel bronceada, pelo moreno oscuro con la raya a la izquierda y facciones de aspecto mediterráneo: cejas bien pobladas (a pesar de recortárselas por orden del estilista), ojos marrón claro y una nariz que nacía prominente y terminaba abrazando media cara. Una sonrisa discreta que atesoraba un pico de oro; no muy abierta, quizá por temor a enseñar una imperfecta dentadura. Felipe se enorgullecía de cosechar éxito en la política pese a no resultar fotogénico, lo que, para él, constituía un indicio de que sus apuestas tenían sentido y sus discursos llegaban a la gente con la claridad de un puño alzado. ¿Cómo, si no, crear un partido de la nada y transformarlo en la segunda fuerza política de Europa en tan solo doce años? Siendo un gambler, un apostador, alguien que se juega todo a una idea. El candidato Chadid, según un confidente suyo, combinaba la disciplina y las gónadas del marine con la astucia y el descaro de un jugador de póker. A los ciudadanos les gustaba. Cada vez más. "¡No valen igual!"clamó Felipe Chadid desde la tribuna. Las personas del auditorio escuchaban con cara ausente y la mirada fija en Chadid mientras este explicaba las desgracias de los últimos años. Mejor dicho, de las últimas décadas, pues ya contaban veinte años el estancamiento económico y el paro masivo y regresaban del pasado los espectros: el odio entre las naciones, la violencia política... Se disparaban la desigualdad, la avaricia y la corrupción. Se disparaba la adrenalina del nuevo parado tras esnifarse la raya que le mataría de sobredosis. Se disparaban pelotas de goma y cañones de agua en las calles repletas de manifestantes. Y, tan triste como lo demás, se disparaba con frecuencia creciente contra la nuca del banquero y del político. Chadid desgranaba política, economía y malestar sin olvidos. Detrás de él, enmarcada por cuadrados entrelazados en distintas tonalidades azules, una caja negra con el lema del mitin: Health to cure Europe's ills. Salud para curar los males de Europa. Más abajo, otra caja negra con letras blancas: Salus - Partei der Gesundheit. Salus, salud en latín, el nombre internacional del partido. Partei der Gesundheit, el nombre de la franquicia en Alemania, partido de la sanidad, o partido de la salud. "¡No valen lo mismo!"clamó otra vez Felipe Chadid"No valen lo mismo los euros que compran lo vulgar, los euros que se prestan al ludópata y al consumista para aprovecharse de su falta de autocontrol... No valen lo mismo los euros desperdiciados, ¡que los euros que pagan comida y vivienda! ¡Que los euros que curan el cáncer! ¡Que los euros que educan a las generaciones futuras! El público aplaudía salvajemente. Felipe Chadid se permitió sonreír y disfrutar unos momentos de los vítores y la admiración del auditorio. No había prisa. El instante que iba a marcar no solo la campaña electoral, sino a una generación entera de europeos, se estaba acercando. Ya casi había llegado. "Hemos confundido valor y precio. Hemos perdido la cabeza. Este es el momento de despertar y recuperarla. Felipe Chadid pronunció lentamente estas palabras, concentrado en la promesa electoral que lanzaría apenas dos minutos después. ¿Un órdago a grande de jugador avezado y algo temerario? No, mucho más. Una promesa como nadie había hecho nunca, un juramento de victoria que declararía la guerra contra un enemigo político desconocido hasta entonces, culpable del horror y la desesperación del luto, con musculosos brazos capaces de estrangular al prohombre más pudiente y mejor relacionado de la sociedad; auténtico terrorista que, escondido entre inercias, resulta difícil de identificar y mortal: como un tumor maligno, embozado y sin escrúpulos, que dispara con silenciador contra el honesto cuerpo europeo. Hay quien ama la oportunidad más que su país, y hay quien quiere amar profundamente a su país pero no encuentra la oportunidad. Como los treintañeros Kiko, Susana y Nicoleta, que amaban su tierra natal más que un hambriento la comida. "¿Qué hacen dos bellas españolas en un lugar como este? "Buscar una oportunidad", podría haber respondido Nicoleta Cavadas. Pero Patrick Le Quéré, el compañero de laboratorio que preguntaba, no se refería a París, sino a aquel bar cochambroso y vacío donde las chicas estaban tomando cañas y Kiko sirviéndolas. En cualquier caso, no convenía confesar que, cada jueves, las dos becarias españolas del Institut Pasteur se juntaban en aquel cuchitril para contarse cotilleos y hablar mal de los demás. La salida común de los viernes a beber cervezas con el resto de biólogos e investigadores, necesaria y divertida, se les quedaba corta. "¡Patrick!"saludó Nicoleta"¿Conoces a Kiko? Patrick no conocía a Kiko Martínez, el hermano de Susana, que había llegado hacía apenas dos meses a la capital francesa. Nicoleta les presentó. Kiko sabía poco francés, las palabras justas para callar el desempleo masivo y la desesperanza que reinaban, una vez más, en el vecino del sur. ¿Para qué más francés, si prácticamente las únicas clientas en toda la tarde fueron su hermana y Nicoleta? Ellas estaban bien servidas con el talento de Kiko para los aperitivos andaluces y los chistes... en español y con acento gaditano. "¿Te gusta la tortilla de patatas?"preguntó Nicoleta a Patrick"Prueba, prueba. Patrick fijó la vista en el pequeño plato que le tendía Nicoleta con un trocito de tortilla herido por un palillo y de aspecto delicioso. Sin dudar mucho, se lo metió en la boca e hizo una mueca de placer. "¿Esto lo coméis en España? "Sí, ¿te gusta?"le preguntó Nicoleta. Tenía pecas en la cara, nariz de patito y pelo moreno, largo y rizado. Fuera del laboratorio, siempre lo llevaba suelto, con las puntas cortadas y aspecto saludable. "Está muy rico. "¡Pues un día te voy a hacer rabo de toro!"exclamó Kiko"¿Vas a querer? "¿Rabo de toro?"Patrick puso una sonrisa extrañada"¿Es una broma? "¡No! Es muy sabroso, te lo digo en serio. "Rabo de toro... decidme la verdad: ¿tiene efecto afrodisíaco?"Patrick rió"¿Por eso lo comen los españoles? "Hombre"contestó Kiko", yo no he visto todavía a nadie ponerse cachondo mientras come rabo de toro... pero todo puede ser. ¡Hay gente muy rara por el mundo! Siguieron hablando de cosas intrascendentes, del tiempo y del laboratorio, en aquel pequeño bar sin encanto ni decoración notable, más propio de un polígono industrial a las afueras que de un barrio parisién. Susana, rubia de bote con ojos azules un poco estrábicos, se interesó por los cultivos celulares. "¿Los cultivos?"dijo Patrick, echando la cabeza hacia atrás, como si le hubieran preguntado por el sexo de los ángeles"Bueno, ya sabes cómo es esto. Te pasas semanas haciendo un ensayo, y no sale. Y así una y otra vez, hasta que algún día sale bien. ¡Al menos eso espero! Patrick miró el reloj. "Bueno, chicos, me voy, que solo he venido a saludaros. ¡Mañana nos vemos! "¡Hasta mañana!"respondieron Nicoleta y Susana al unísono. En cuanto Patrick cruzó el umbral de la puerta, Susana le repitió a Nicoleta lo que ya le llevaba diciendo varios días: "¡Este Patrick no deja de comerte con los ojos! "¿Pero qué dices?"replicó Nicoleta"Anda, anda... "Y no me extraña, con esa minifalda que llevas... les vuelves a todos loquitos. Nicoleta atraía a los hombres. Aunque su cara quizá no destacara si pusiera el gesto serio y ocultara la luz de su sonrisa entre los carnosos labios, Nicoleta se pasaba el día sonriendo y la fuerza de su alegría y espontaneidad lo cambiaban todo. Tenía un cuerpo decente (85-60-100, o así), que no falla por el busto pero aturde la conciencia de los varones que prefieren mirar más abajo, por donde el firme y redondeado trasero trabajado a base de patinaje. Nicoleta atraía a casi todos los hombres hasta que le miraban la mano. La mano derecha de Nicoleta, deformada y con los dedos inseparablemente unidos en una especie de muñón, incapaz de coger un vaso o ayudar a la zurda para atarse los cordones o recogerse el pelo. Nicoleta decidió cambiar de tema. "Por cierto, ¿qué sabéis de vuestro primo? "A Antoñete le va mal"le contestó Kiko". Está metido en un buen lío. Ahora le acusan de estar en los 15-maos. "¿Qué es eso de los 15-maos? "Ya sabes, el brazo armado del 15 de mayo y octubre"contestó Susana". Los que matan. Él dice que no, que solo estaban quemando un cajero... La cosa pinta muy mal. Le quieren juzgar por terrorismo y meterle treinta años de prisión. A Susana se le humedecían los ojos. Nicoleta le acariciaba la espalda en círculos. "No es más que un chiquillo. Un chiquillo harto y enfadado. Si supieras... siempre tan majo, ayudando a quien podía... Estudiaba segundo de arquitectura. El tiempo siguió su camino. Kiko contó algunos chistes y puso otra ronda con croquetas de jamón. Susana insistió en que Patrick quería algo con Nicoleta, y en media hora entraron tres clientes: una pareja joven de turistas y un señor mayor, parisino de toda la vida. "¡¿Habéis visto lo que ha dicho este tío?!"alertó el camarero, interrumpiendo a Susana en pleno relato de un cotilleo. Kiko tenía la vista fija en la amplia pantalla situada en un rincón del bar, a espaldas de las chicas. Nicoleta se giró para averiguar a qué se refería. En la pantalla, las gruesas cejas y los carismáticos gestos de Chadid, con los subtítulos en francés. "Acaba de decir que va a acabar con el cáncer en cuatro años..."dijo Kiko, mientras secaba un vaso"No sé si reír o llorar. ¡Yo no sé cómo pagar el alquiler este mes, y él soltando esa gilipollez! "¿Cómo va a decir eso?"se extrañó Susana"¿En cuatro años? Las chicas se dieron la vuelta para ver el mitin de Chadid. La televisión no tenía volumen, pero los subtítulos indicaban: "¡Creo que se puede hacer! ¡Creo en este continente! Estoy seguro de que lo vamos a lograr. Nicoleta dudaba si decirlo. Al final, la boca se le abrió de forma autónoma, como si ella no se lo hubiera ordenado, y su lengua y sus labios confesaron: "¿Sabíais que Chadid fue a mi colegio cuando éramos pequeños? "¿A qué?"Kiko torció el gesto"¿A daros un mitin? "¡No, hombre, no!"contestó Nicoleta". Era compañero mío de colegio. Si tiene la misma edad que yo, treinta y dos... "Pensaba que Chadid era mucho más mayor"dijo Susana". ¿Y qué colegio era ese? Porque habéis salido todos cerebritos... "Un colegio de pijos"contestó Nicoleta", en Boadilla del Monte, al noroeste de Madrid, donde hay más ricos y banqueros por kilómetro cuadrado que en cualquier otro lugar de España. Y parte del extranjero. Susana y Kiko se miraron ojipláticos. "¿Y qué pintabas tú ahí? "Vivía cerca de allí. ¿Qué pasa? A mi padre le fueron bien los negocios. En el televisor, Chadid continuó su discurso ajeno a lo que sucedía en los bares del continente. "Tan seguro estoy"clamó", que prometo no solo no volver a presentarme a las elecciones, sino desaparecer de toda vida pública, si en los primeros cuatro años de mi presidencia no hemos encontrado una cura para el cáncer. Tras unos segundos de silencio, Susana le dio la espalda a la tele y se terminó la cerveza. "Anda, guapo, ponme otra" pidió a su hermano". ¿Y cómo era este Chadid de pequeño? "Un buen chico. Recuerdo que... bueno, en ocasiones... cuando los demás se metían con mi mano"Nicoleta miró su miembro encogido e inútil", Felipe me defendía. Susana puso cara compungida: "¿Se metían mucho contigo? Si es que los niños son unos cabrones... Nicoleta asintió mientras veía cómo se formaba la última espuma sobre el culito de cerveza que agitaba. Los hermanos Martínez siguieron hablando, pero ella se había perdido entre las burbujas que subían hasta la superficie como memorias de su infancia: unas veces doradas, otras color pis. "Este elemento"Susana se refería a Felipe Chadid"no entiende cómo funciona la investigación médica. No es tan sencillo como ponerse a investigar y, ¡hala!, una cura infalible. Fijaos en el pobre Patrick, ¿cuánto tiempo lleva intentándolo con ese cultivo celular? ¿Dos años ya? Y nada. "No sé, Susana..."Nicoleta se encogió de hombros"¿Qué puede haber de malo en investigar más contra el cáncer? Peor de lo que nos ha ido estos últimos años, no nos iría... y si con eso se crea empleo... "¿Pero qué empleo va a crear con eso?"la voz de Kiko se indignó"¿Os creéis que todos somos genios que podemos investigar? Yo lo único que veo es que, gane quien gane las elecciones, ni podré volver a España a trabajar, porque no habrá trabajo, ni podré pagar el alquiler aquí en París... "¿Pues con qué crees que te estamos pagando estas cervezas?"Nicoleta señaló a su propio vaso"Tu sueldo de camarero también depende de nuestras becas en el Institut Pasteur... La economía es una rueda. Si empujas una rueda, se mueve entera. Da igual que empujes por los cerebros o por los descerebrados. Susana y Nicoleta se rieron por lo de descerebrados. Kiko respiró hondo mientras sus ojos se escapaban por el cristal de la puerta de la calle. Amaba profundamente a su país, más que un hambriento la comida. Y como un hambriento, a veces perdía los nervios. "Quizá lleves razón"concedió Kiko", pero cada vez me dan más ganas de apuntarme a la banda de nuestro primo y empezar a matar hijos de puta. Desde la primera fila del auditorio, Libertad sintió una mezcla de nervios y orgullo al presenciar cómo su marido exponía una verdad tras otra. "¿Qué te parece?"le preguntó a Benjamin Kühnlenz, sentado a su derecha. "Brillante. Convencido y convincente"contestó el premio Nobel, sin mirar a Libertad más de un instante antes de concentrarse nuevamente en el discurso. Felipe sabía acelerar en cuestión de instantes, imprimiendo fuerza repentina a los gestos y declamando sucesivamente en inglés y alemán... ¿quién hubiera dicho que apenas unos momentos antes, sentado al lado de Libertad, se encontraba hecho un manojo de nervios? Hasta el punto de que, viendo cómo le temblaban las manos, Libertad sintió la necesidad de arrancarle una sonrisa: "Cariño, ¿sabes qué premio te voy a dar si subes en las encuestas? "No, dime... ¿una cena romántica?"contestó él, sin apartar la vista del smartphone donde repasaba el discurso"¿O una fiesta-sorpresa, con montones de gente? "Oh, no... me voy a disfrazar de típica holandesa, con ramo de tulipanes y todo... y me voy a dejar violar como si fueras un conquistador de los tercios españoles"sedujo Libertad, subrayándolo con un vaivén de cejas. Al oír esto, Felipe se olvidó del smartphone y clavó los ojos en aquellos labios pícaros. "Gritos incluidos"puntualizó Libertad". Maldiciéndote en holandés. "Me encanta la idea"reflexionó Felipe, tras soltar una carcajada", aunque me pregunto qué pensarían mis votantes holandesas de esto... Libertad o, según su pasaporte, María de la Libertad Sanz, podría pasar por holandesa si se tocaba con el puntiagudo sombrero blanco de las tulipaneras. Bajo los preciosos cabellos de castaño casi rubio, que se iban ondulando con mayor amplitud a medida que caían, brillaban dos ojos claros, muy claros y azules. Iluminaban una cara redonda con mejillas que se azoraban tan fácilmente por el frío como por la vergüenza, una boca casi de piñón, y nariz fina y recta. De cuerpo esbelto, no muy alta: era una mujer francamente guapa y con cierto aire de inocencia. Dicen que detrás de un gran hombre hay una mujer aún más grande. Al menos, Libertad sentía que ese era su papel. En cierto modo, y aunque ella lo hubiera negado durante cierto tiempo, se sentía predestinada a ello. Fue su padre, alcalde centrista de Peñafiel, un pueblo pequeño y tan castellano que tiene su propio castillo, quien decidió llamarla María de la Libertad. Su madre se empeñaba en un María a secas, el nombre por excelencia de la mujer católica en un rincón todavía muy religioso de la cambiante España, o quizá un María José o un María del Carmen, que satisfacían la tradición de tener precedentes familiares. Sin embargo, su padre tenía visión de futuro y propuso un nombre de compromiso: "María de la Libertad es mejor nombre"postuló su padre, probablemente al tiempo que exhalaba el humo de un puro". Supón que se casa con un político para llevar una vida cómoda. Si el futuro es de izquierdas, la podrán llamar Libertad, el nombre que ponían los republicanos a sus hijas antes de ser fusilados por Franco. Y si el futuro es de derechas, la prensa afín podrá añadirle el "María" y retratarla como la perfecta esposa católica. En ambos casos, ¡un nombre muy favorable! La joven Libertad siguió planes más alocados: una adolescencia de botellón y porro, unos interminables estudios de Periodismo en Eindhoven, en la lejana y libertina Holanda, compaginados con su militancia en organizaciones ultra-feministas... Llegó a redactar un Manifiesto por el Lenguaje Anti-Patriarcado "con el cual se granjeó los insultos de alguna web ultraderechista local y de apenas nadie más" antes de lograr, por mediación de su padre, un puesto de corresponsal en Bruselas para un importante periódico español. Allí, en la prensa del establishment, empezó a ver la vida de otra manera, más próxima a la visión de su padre, más como la periodista exitosa y bien relacionada que, en justicia, nunca terminó de ser. Hacía cinco años, le encargaron entrevistar al fundador de un partido político marginal, nuevo, carente de grandes apoyos. Cuando Libertad se presentó ante Chadid, él no dejó de observar en silencio cada uno de sus rasgos, y ella no le interrumpió, mientras se le ponían las mejillas como dos tulipanes rosas. El mismo Chadid que en ese momento, terminado el discurso, bajaba del escenario y, peldaño a peldaño, recibía las felicitaciones de todos los altos cargos del partido, gente de currículum brillante que esperaba alzarse con el poder gracias a su sentida oratoria. "¡Magnífico, Felipe! ¿Cómo te sale tan natural?"peloteaba el presidente de Salus en Alemania. "Es que lo he ensayado veinte veces..."contestó Felipe Chadid, en perfecto alemán, mientras esquivaba como podía el enjambre de aduladores. A pesar de la aglomeración, los reporteros gráficos pudieron grabar el beso de rigor entre Felipe Chadid y su esposa. No se besaron arriba en el escenario, sino abajo, frente a las butacas, tal y como ordenó el estilista para transmitir mayor espontaneidad. Más tarde, en la limusina que les transportaba al aeropuerto"Chadid decía que su partido, al contrario que otros, no debía permitirse un helicóptero porque el tráfico no lo justificaba", poco a poco fueron otra vez ellos mismos. "¿De verdad he estado tan bien?"preguntó Felipe, con gesto a serio, a Libertad mientras le acariciaba la mano. "Lo dice todo el mundo. Debe ser verdad"contestó Libertad. "Yo creo que no. He pecado de ingenuo. Me faltó excitar los instintos tribales. "¿De qué hablas? "Europa es una colección de tribus que se odian"explicó Felipe". Las izquierdas y las derechas se aborrecen. Se recriminan amargamente flamencos y valones, culpándose recíprocamente de todos sus males, los actuales y los de los últimos siglos, reales o imaginados, y lo mismo hacen los catalanes, los vascos y los restoespañoles. Se insultan en un combate sin fin los curas y las feministas y los homosexuales buscando, entre invectivas denigrantes, sabotear los derechos adquiridos por el otro. Todos odian a todos y todos votan su odio"el tono de Felipe fue cobrando aspereza". Los europeos solo se distinguen por el objeto de sus animadversiones y si, en un ataque de sinceridad, casi todos los europeos pudieran sentirse unidos por algo, sería por su odio a los musulmanes que habitan entre ellos. Este es el paradigma: votar a una tribu, la tribu urbana, la tribu lingüística, la tribu racial o religiosa. ¿Pero qué tribu tiene por principal enemigo a un virus o a una enfermedad? Si los ciudadanos odiaran el cáncer la mitad de lo que odian a sus vecinos, ya habrían votado hace mucho a un partido como el mío. Existen hombres que llevan el alma entera, desde los recuerdos hasta los anhelos más locos, cruzada por una cicatriz. Suele tratarse de una cicatriz enorme, que a veces supura y "no es coincidencia" lo hace en los momentos más inoportunos. Enorme cicatriz, pero cicatriz normal, convencional. Todo el mundo las ha visto en las pobres almas y sabe de qué hablo. En cambio, hay otras cicatrices que nadie conoce, mucho mayores que aquellas. Se trata de cicatrices tan gruesas que resultan inconfundibles, porque no existen heridas en los cuerpos lastimados que puedan llegar a producirlas, sino que son ellas las que se encarnan en forma humana naciendo con cuerpo de bebé varón. Iker de la Fuente era una de estas cicatrices. Aunque Iker de la Fuente nació cicatriz, es posible que los demás, a primera vista, no descubrieran en este joven del montón "rostro en tono pálido Drácula del que solo destacaban unos labios carnosamente seductores" más rareza que un gesto taciturno ni más infortunio que una leve cojera de la pierna derecha. ¿Quién podía reconocer la cicatriz? Ni siquiera sus compañeros de trabajo, los ingenieros de una empresa de equipamiento eléctrico de Sevilla, con los que tenía que almorzar cada día y cuyos intrascendentes temas de conversación debía soportar todas las mañanas. Ni siquiera ellos hubieran señalado a Iker como el más raro que conocían, ni mucho menos el más desgraciado. Alguno envidiaba su puesto, todos la fortuna de su familia y, aunque no se le conocían amores, ¿por qué iba a ser esto indicio de nacer cicatriz? Treintañero, no muy feo, algo callado hasta la segunda cerveza, más bien listo. Allá él si, en vez de vivir la vida con alegría, de fiesta en fiesta y dando mil vueltas al globo en viajes exóticos, prefería malgastar su tiempo libre en solitarias e interminables sesiones delante del televisor, viendo partidos de rugby. Eso quizá podrían pensar sus compañeros, pero es que estaban totalmente equivocados. Ellos no sabían nada de Iker. Nadie de su trabajo, ningún antiguo amigo, ni siquiera su padre sabían absolutamente nada del verdadero Iker. De la cicatriz Iker. Nadie salvo quizá Ayaan, su amor platónico, el único plato dulce de una dieta restringida por la realidad, por su pasado y por el inesperado amargor de esa malvada criatura: el azar. ¿Había tenido Iker mala suerte en la vida? Totalmente reclinado sobre la chaiselongue de un sofá italiano de cuero bermellón, Iker tomó el mando para encender la inmensa pantalla que presidía aquel salón amplio. Vivía en un buen barrio en el centro de Sevilla, a diez minutos de los grandes monumentos que atraían a cientos de miles cada año, como la Giralda o el Alcázar. En la hipótesis poco realista de que levantara las persianas, siempre cerradas a cal y canto, y se asomara al ventanal, habría visto un cielo soleado y calles bulliciosas ribeteadas por naranjos y familias y parejas tomando cañas. Bajo la penumbra de aquella tarde, que no dejaba de ser una tarde más en su salón, él únicamente quería informarse de cómo habían quedado los Natal Sharks contra los Golden Lions, dos equipos de rugby sudafricano que se disputaban la liga local, la Carrie Cup. En opinión de Iker y de cualquiera que supiera algo de rugby a 15, la mejor liga del mundo, con diferencia. La luz de la pantalla iluminó su cara con los titulares del día. Seis letras saltaron contra los ojos de Iker, grandes ojos marrones con vetas verdes. Una C de cicatriz y una A acentuada junto a cuatro compañeras. A Iker le pareció que no se podía jugar con eso. No era un tema para sacar en uno de esos mítines en los que se sonríe y los candidatos a poderosos, sin vergüenza ni complejos, muestran su orgullo inflado porque ninguna otra faceta de su personalidad les permite reñir votos. Había demasiado dolor acumulado en esas seis letras, demasiado para usarlo sin vergüenza ni complejos. Pertenecían al tercer titular de los veinte que podía abrir Iker: "El candidato Chadid promete acabar con el cáncer en cuatro años". Poca gente puede entender lo que es perder una madre por cáncer antes de que los pequeños ojos infantiles puedan distinguir los dorados rizos de su cabello y el tono amoroso de la voz materna se pueda grabar en su pequeña cabecita. Iker no supo por qué no tenía madre hasta que se lo contó un día su abuela. Iker debía tener diez u once años, y por la mañana había ido con su papá y su yaya al cementerio para visitar el nicho por el puente de Todos los Santos. Después de almorzar los tres, la abuela se quedó sola con el niño e, interrumpiéndose continuamente para sonarse los mocos, le contó todo. A su madre le detectaron cáncer en el séptimo mes de embarazo. El médico dijo que ya se estaba extendiendo y la lucha exigía una quimioterapia incompatible con el embarazo. "Le dijo: "La única posibilidad es que abortes ya mismo y empieces urgentemente el tratamiento más agresivo. De lo contrario, tu no supervivencia es segura." La abuela se lo contó sentados a la mesa, mientras ella tomaba manzanilla y él abría una caja de donuts de chocolate, que siempre devoraba sin dejar rastro. "Esas fueron las palabras exactas del doctor: "Tu no supervivencia es segura". Si no te abortaba, se moría"confesó la abuela entre lágrimas"Yo le dije que lo hiciera, que abortara, que yo hija solo tenía una y nietos podría tener muchos. Porque entonces tú no habías nacido y no eras más que un feto. Pero ella erre que erre: "El bebé ya está casi hecho", decía. "¿Para qué intentar salvarse?" Iker apenas dio un bocado a un donut de chocolate. Luego lo colocó en el plato y no lo volvió a tocar. La madre biológica de Iker falleció dos semanas después del parto. Desde aquella indiscreción de su abuela, Iker no pude evitar el pensamiento de que, si él, si la cicatriz Iker, no hubiera nacido, su madre seguiría viva. Nunca pudo olvidar del todo que, si su madre biológica hubiera sufrido una afortunada caída por las escaleras, provocando un aborto natural; o si su padre, en un arrebato de amor, hubiera inmovilizado con una mano los brazos de la embarazada que, gritando y pateando, se resistiera en vano, y hubiera procedido a lanzar uno, dos, tres... y hasta veinte puñetazos a toda rabia contra el germen que inflamaba su barriga y retrasaba el necesario tratamiento, matando a Iker en feto, su inocente madre habría sobrevivido y, olvidado todo aquello, quizá ella habría disfrutado de la felicidad que nadie tenía derecho a negarle. Poca gente puede entender lo que es perder tan pronto a una madre, y menos asesinar a una madre por haber nacido, pero solo Iker sabía, además, lo que era perder a una madre dos veces. Alguien tiró otra vez su dado maldito y volvieron a salir las seis letras. Cuando Iker tenía cuatro años, su padre encontró la ilusión en los saltones ojos blancos y los negros y regordetes mofletes de Consuelo, una tierna guineana que le ofrecía sonrisas y caricias al niño Iker como si fuera el tesoro más preciado. Cuando Iker cumplió siete años, un fulminante cáncer de páncreas hizo que las sonrisas y caricias de Consuelo desaparecieran para siempre. A la segunda iba la vencida, y el mundo lo había conseguido: Iker se quedaba sin madre y su padre sin consuelo. La cicatriz Iker empezó a supurar sin control. Tras constatar que las mentiras de los políticos no conocen territorios vedados, Iker se levantó del sofá con cara de disgusto y apagó la tele sin ver cómo habían quedado los Natal Sharks contra los Golden Lions. ¿Por qué manipulaban su dolor de esa manera? ¿No había sufrido lo suficiente? Y ese Chadid... de entre todos los políticos, ¿tenía que ser Chadid el que dijera eso? ¿El mismo Chadid que una vez fue su amigo? ¿El mismo Chadid al que le daba los pases de gol en los recreos del colegio, cuando Karim Felipe todavía no había aprendido a ocultar su primer nombre y todos se dirigían a él como Karim? Iker cojeó hasta un rincón de su dormitorio, su altar particular. Sobre una tela de seda negra, y flanqueada por dos grandes velas que acababa de encender, había una figura de ébano: una imagen de mujer con voluptuosas caderas y las manos recubriéndose los ojos, como si estuviera llorando. Veinte centímetros de tosquedad barata si la vendiera en un mercadillo, mas una valiosa obra de arte en su corazón. Se la había regalado Ayaan, somalí y negra como la estatua, y mientras se la entregaba le dijo: "Quiero que le reces a esta figura cada vez que te acuerdes de mí. Y quiero que te acuerdes de mí al menos cada mañana al despertar, y cada noche cuando te vayas a dormir. ¡Como mínimo! Todavía tendría que esperar al fin de semana para volver a ver a Ayaan, su amada. Iker se acordaba mucho de ella, y no sabía ya cuántos años llevaba pronunciando su plegaria rutinaria a aquella imagen. Le relajaba. La cicatriz dejaba de supurar. Si no tenía tiempo o, por el motivo que fuera, no podía cumplir lo que Ayaan le ordenó y acordarse de ella delante de la estatuilla, le cambiaba el carácter. Una sensación extraña de definir. Sin su momento zen de cada día, sentía como si la intranquilidad y la violencia le recorrieran las venas. Una noche más, pero quizá más disgustado que otras noches, Iker de la Fuente se arrodilló delante de la figura y empezó a rezar por la tierra de su madre "su segunda madre, la única madre que había conocido" y de Ayaan. "En el África negra, todas las personas son dioses y diosas. Un continente de desgracia humana, que le confortaba y le recordaba a Iker que sí, que quizá era la persona más rara que conocía, pero no, definitivamente no era la más desafortunada. "Debo adorarles. Debo amarles. Debo servirles. Mientras el candidato Chadid, tras pronunciar su magna promesa a todo un continente, se entregaba al plácido soñar con muchachas rubicundas disfrazadas de holandesas, Iker encontró así un día más la paz antes de dormir: arrodillado, como si tuviera que pedir perdón a su primera madre por vivir; y rezando por el África negra, renovando la promesa al continente de donde procedían los escasos mimos que reblandecieron la cicatriz. Qué formas tan distintas de ver la vida. ¿Quién hubiera dicho que estos dos ex-compañeros, de la Fuente y Chadid, cada cual a su manera, terminarían por cambiar el mundo para siempre? Y todo por cumplir una promesa. © 2014 Diego Méndez Romero |
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Added on March 21, 2014 Last Updated on March 21, 2014 Tags: cáncer, salus, chadid, elections, health research AuthorDiego Méndez RomeroSpainAboutI am a young Spanish author. I am promoting "La cárcel de los inmortales" (A jail for the immortal), my new novel. "A jail for the immortal" describes how Europe transforms into a political .. more..Writing
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