Diario de Luis #?

Diario de Luis #?

A Story by Vicente Santander
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Diario de Luis el cocodrilo.

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Los pinos cubrían todo a la vista. Altos arboles sostenidos por gruesos y resistentes troncos que se elevaban hacia el cielo. No era de día ni de noche. Pero todo se veía con una enorme claridad. El suelo estaba cubierto de agujas de pino además de pequeñas ramas secas y piñones que yacían en la tierra. Parecía haber una leve neblina, pero demasiado tenue como para llegar a ser un impedimento a mi vista. Repito, todo se veía con enorme claridad. Con cada paso sentía la tierra entre mis dedos y un cosquilleo en las plantas de mis pies producto de las miles de agujas que cubrían el suelo como una alfombra interminable. Sus colores variaban desde un verde claro pálido hasta el naranjo oscuro u el marrón. Era hermoso y a la vez misterioso. Después de respirar tranquilamente inhalando por la nariz hasta que el aire llegara a mi estómago, boté el aire por mi boca y emprendí mi caminata. No tenía claro hacia dónde iba o que era lo que me iba a encontrar, pero esa es la idea ¿o no?

         Debo de haber estado un buen tiempo caminando sin rumbo con la sensación de que había algo en el aire, casi como una voz enorme e inaudible que me envolvía y dictaba cada uno de mis movimientos cuando de repente pare en seco. A mi izquierda vi que dentro de la gran simetría de troncos verticales que parecían pilares a un techo verde e inalcanzable había unos cuantos troncos que rompían con el establecido orden. Estos troncos estaban chuecos y subían en diagonal hacia arriba intentando recobrar la dirección vertical de todos sus pares. Deben de haber sido unos dos o tres arboles por lo que me giré y vi que aquellos troncos no provenían del suelo, sino de un gran montículo que se asemejaba a una isla en la mitad de un océano placido y plano. Los arboles surgían desde los lados de este pequeño levantamiento en medio de un bosque que hace tan solo un rato poseía una simetría casi antinatural. Me di cuenta que no era un montículo, sino que eran rocas que surgían del suelo para dar paso a una oscuridad abismal. Era una cueva. Era pequeña, pero lo suficientemente grande para que una persona pudiera entrar sin problema alguno. A los extremos de la cueva se veían ramas secas y arbustos ya hace mucho tiempo muertos. Las piedras que conformaban el soporte para la cueva eran de un color gris pálido que combinaba con los troncos de pino y a su vez con el anaranjado marrón que era el suelo del bosque. No me di tanto tiempo para observar aquella cueva ya que no me encontraba solo. Algo custodiaba la entrada.

         Parado a unos diez metros de mí y dos metros adelante del oscuro agujero donde algo se escondía había un zorro. Tenía un pelaje anaranjado con una barriga y barbilla blanca. Sus orejas estaban erguidas y sus ojos verde claro se encontraban posados en las míos. No sentí ninguna clase de hostilidad ni amenaza proveniente de aquella criatura, tan solo sentí…algo así como un acuerdo no hablado. Había algo en esa cueva, yo lo sé, había algo importante ahí dentro. Pero no era el momento para entrar allí, no aún. Creo que eso fue lo que el zorro trato de decirme. Y así sin más ambos continuamos nuestros caminos y deje a la cueva y a mi compañero de ojos verdes atrás. Era hora de continuar.

         Al poco rato caminando sentí y sabía que había transcurrido mucho tiempo y distancia pese a lo paradójico de eso. Debe de haber sido tan solo unos segundos de caminata, pero yo tenía más que claro que aquel lugar donde había visto la cueva y el zorro habían quedado atrás hace mucho y si mi intención fuera regresar para encontrarme con ambos no lo lograría. Como bien dijo el zorro con su mirada No es tu momento…sigue…, así que eso fue lo que hice, seguir adelante.

         Mientras caminaba lentamente y movía mi cabeza de lado a lado observando el paisaje que se desplegaba frente a mi note que los arboles parecían reducir su número a medida que avanzaba. El bosque seguía poblado de árboles, pero no en el mismo volumen que antes, ahora parecía haber mayor distancia entre cada árbol y había perdido esa simetría que había visto previo al encuentro con la cueva, ahora el bosque parecía mucho más…real. Cuando miré adelante en un leve claro donde no había ningún árbol por lo menos a diez metros a la redonda fue donde lo vi. Su aspecto era decrepito y gastado. Estaba tan quiero como los árboles que componían aquel bosque y tan placido como las agujas de pino que yacían tranquilas en el suelo. Lo cubría una gruesa manta roja con cuadros negros sobre su regazo y parte de su abdomen. Era un hombre que parecía encarnar la definición de la palabra “anciano”. Estaba sentado en una silla de madera que parecía ser casi tan vieja como él. Sus manos, arrugadas, callosas y tiesas, yacían encima de su regazo sobre la roja manta. Su cabeza estaba inclinada hacia adelante indicando la presencia de una joroba. El cabello de su cabeza se limitaba a nada más que leves y finas porciones de pelo blanco como la nieve a cada lado de su cabeza, mientras que en la punta de su cabeza estaba completamente calvo, lleno de manchas en su piel y una que otra verruga. Su rostro era un mar de arrugas que parecían estar tiesas y secas dándole a su rostro el aspecto de una especie de estatua o una momia en vida. Su piel no tenía brillo alguno y estaba desgastada y tirante. Era de un color cercano al gris lo que me hacía pensar que quizás estaba muerto.

Pero no era así.

         Eran movimientos muy débiles y casi imperceptibles, pero con la calma y paz del lugar hasta el más mínimo vuelo de un insecto habría llamado mi atención. Note que levanto su cabeza levemente, probablemente hasta donde le permitía su cuello y entre esos pliegues de piel que en algún momento consistía en pómulos y cejas note que sus ojos se posaban en mi con un interés cautivante. Movió una de sus manos en un gesto muy lento, pero logré captar el mensaje, Ven, acércate, así que fui hacia allí. Pareció como si fuera tan solo un segundo, pero de la nada estaba frente a frente con él, yo parado y el sentado. Se veía tan frágil y pequeño desde donde yo me encontraba. Note que su mano tiesa y huesuda empezaba a moverse en un ademán de buscar algo entre los pliegues de su manta. No intente ayudarlo ya que no tenía que hacerlo, no estaba allí para eso, sino para algo más.

         Su mano temblorosa se escabulló dentro de la manta y pareció desaparecer en un océano rojo con cuadros negros. Luego saco su mano la cual ya no tambaleaba y pude ver lo que escondía. Era para mí. Un regalo. Era un libro bastante grande con tapa dura roja. No tenía ningún título ni un autor ni alguna editorial. No había ilustración alguna o siquiera una fecha, tan solo esa gruesa tapa color rojo al igual que su manta. Acerco el libro hacia mí y yo lo acepte, pero no me moví ni dije nada ya que eso no era todo lo que aquel anciano tenia para darme, había algo más, por lo que espere. Con la otra mano, no sé de donde ya que nunca vi que la hundiera dentro de los pliegues de su único cobijo en busca de algo, me acerco un revolver. Estaba pulcramente reluciente y el metal de este parecía algo sacado de sueños. El mango del arma poseía una cara marrón con textura rugosa para un mejor agarre. Tendió la mano con el arma hacia mí y supe que ese también era un obsequio. Lo acepte sin dudarlo. Miré al anciano a sus ojos, le hice una reverencia, di media vuelta y me fui, dejándolo atrás.

         A pesar de haber dado media vuelta sabía que no estaba caminando de regreso, sino que me encontraba en un lugar completamente nuevo que a su vez era muy familiar. Podía sentir la tierra entre los dedos de mis pies y me agaché con una rodilla al suelo para hundir mis dedos en la tierra y así sentirla. Me di cuenta que estaba completamente desnudo, lo que me hizo preguntarme si por alguna razón todas mis ropas habían desaparecido como por arte de magia, o estuve desnudo durante toda mi travesía y no me di cuenta. En fin, eso no importaba, lo que importaba era que sentía la tierra entre mis manos y pies, sentía el viento chocando con mi pecho y haciendo mi cabello revolotear para todas partes, podía sentir mis fuertes piernas que sostenían mi peso, mis hombros que sostenían mis brazos, el olor en mi nariz, la vista de todo este bosque. Empecé a regodearme con todo lo que me rodeaba cuando comencé a correr. Estaba libre, completamente desnudo sin nada conmigo que me detuviera o me quitara velocidad. Sabía que los regalos que me había dado el viejo seguían conmigo, la cosa es que no estaban en su forma física, pero eso era un detalle insignificante. Estaban conmigo y era todo lo que importaba, así que simplemente corrí, corrí, corrí y seguí corriendo. Saltaba de un lugar a otro, cuando me encontraba con un desnivel en el suelo me impulsaba hacia arriba o si había un agujero que saltar pues lo saltaba a gran velocidad. Confiaba en mis pies para que lograran llevarme a donde sea que quería, y sabía que lo lograrían. A mis lados todo parecía difuso, como una película que está rodando a gran velocidad donde pasaban a mi lado arboles de todos los tamaños en un fondo blanquecino. Pero de repente, mientras mi respiración estaba agitada y mis piernas se movían una y otra vez logre ver con el rabillo de mi ojo que a mis lados unas figuras me seguían en la misma dirección que yo, también corriendo, aunque por el sonido que generaban sus pisadas me era claro que no eran personas, a menos que fueran humanos que corrían en cuatro patas con colas y peludos. Eran dos. No tres. No cinco. Perdí la cuenta, pero estaba claro qué corría a través del bosque junto a mí: Una manada.

         En ningún momento sentí alguna amenaza u agresión de parte de los seres que corrían conmigo, al contrario, me sentía como en casa, era uno de ello, y al igual que yo ahora tenían el ardiente deseo de querer correr, por lo que lo hicimos por mucho tiempo. Continuamos corriendo hasta que frene en un claro donde no había árboles y el terreno en el que me encontraba parecía estar desnivelado de manera que a mi alrededor todo estaba un metro más alto de lo que me encontraba yo. Allí me quede y observe a los animales que me seguían. No me sorprendí al ver sus hocicos alargados y sus colas peludas además de sus orejas puntiagudas en alto. Se parecían al zorro que me encontré al inicio de mi camino, pero estos eran mucho más grandes, fuertes, potentes y significativos. El aullido fue lo que delato lo obvio.

Una manada de lobos.

         Los había en todos los colores con sus pelajes densos y hermosos. Había unos cuyo color principal era el marrón con manchones blanco a sus costados y en sus lomos, otros (los más abundantes de todos) con pelajes gris oscuro en la zona del lomo y su cabeza, pero cuyas barrigas eran blancas. Sus gargantas, cargadas de pelos más largos y abundantes eran de un color gris claro, como si sus grises oscuros se hubieran topado con el blanco de la parte baja de sus cuerpos y se unieran generando un color que era un poco de ambos. Había otros individuos que parecían ser una mezcla, con pelaje predominantemente gris, pero con tintes marrones en zonas como el hocico, la cola, las orejas y sus extremidades. Y había uno que poseía un pelaje completamente negro, como una sombra. Ese era el que estaba parado a un metro de altura frente a mí, con su pecho erguido y la cabeza en alto observándome con sus ojos amarillo verdoso. Era una vista espectacular y majestuosa. Aquel lobo estaba quieto mientras que el resto de su manada se movía de un lugar a otro, mordisqueándose las orejas entre los unos y los otros sin intención alguna de hacerse daño, saltando de un lugar a otro persiguiéndose, los había otros recostados de espalda en el suelo mientras un compañero venía a unírsele en este juego amistoso que tenían. Otros, al igual que el lobo oscuro me miraban con sumo interés y con sus orejas erguidas hacia arriba. Pero a ellos no les preste mayor atención, mis ojos se encontraban con los del lobo negro y se quedaban ahí como dos estatuas cuyo escultor decidió que se mirarían eternamente.

         Sabía lo que iba a suceder y creo que el lobo también. Y la verdad es que me agradaba la idea, digo, ¿a quién no? Así que cuando el lobo oscuro empezó a aullar no me sorprendió que yo mismo me convirtiera en un lobo de esa manada, y cuando el lobo oscuro empezó a correr no dude en seguirlo con mi lengua afuera, los ojos bien abiertos y mis cuatro extremidades moviéndose con perfecta coordinación.

         Corrí como nunca lo había hecho en mi vida junto a mis compañeros a mi lado haciendo que agujas de pino volaran por los aires a medida que mis patas pisaban con fuerza el suelo del bosque para impulsarme en una persecución sin presa. Sentí una exaltación la cual jamás había experimentado, la inherente sensación de querer correr por el simple hecho de que mi instinto me lo demandaba. Era parte de mi naturaleza. Mis sentidos sumamente atentos y a su máxima capacidad. Mi respiración era fuerte y mis piernas estaban hechas para la velocidad. Mi manada corría a la par conmigo, moviéndonos como el viento a través del bosque de un lugar a otro sin freno alguno. Todos estábamos unidos. Todos corríamos, todos sentíamos esta misma sensación.

Adelantaba al lobo marrón para que luego el lobo gris con manchas oscuras en su cabeza se me adelantara, luego el lobo blanco se nos adelantaba a todos para que luego el gris se quedara atrás, y así tomaba mi oportunidad y lograba adelantarme al blanco. Corrimos y corrimos en lo que parecían minutos, los cuales a su vez parecían horas. Corrí y corrí hasta que sentí un llamado más allá de mí y supe que era hora.

         No sé cómo ni cuándo, pero de la nada volví a habitar mi cuerpo de persona, desnudo y erguido en dos patas en la mitad del bosque. Vi a los lobos desvanecerse en la tenue neblina y sabía que ya no había nada que hacer más que caminar e irme. Y respirar claro está. Tenía que respirar y olvidarme de todo lo que no fuera mi respiración. Mis pies dejaron de sentir el suelo que tanta alegría me había traído, mis ojos ya no veían los pinos, ni sus agujas ni los piñones ni nada, solo había aire que entraba…y luego salía, entraba…y luego salía.

         Inhala.

         Exhala.

         Inhala.

         Exhala.

         -Inhala…y exhala. Ahora cuando tu estés listo quiero que lentamente abras los ojos y te sientes, pero solo cuando estés listo.

         Tras una pausa abrí los ojos y vi el techo amarillo crema frente a mí. Sentí la suavidad del diván en mi espalda, cabeza, cuello y piernas, y una vez que volví a tener un claro dominio sobre mi cuerpo me senté. Estaba vestido y el calor de la tarde había generado dos pequeñas manchas de sudor a la altura de las axilas en mi polera gris. El aire acondicionado no estaba funcionando, pero vi mi vaso de agua esperándome en la mesa al lado derecho del sillón que ahora estaba vacío. Me giré y en el sillón frente a mi vi a una mujer observándome con una sonrisa cálida y un cabello lleno de rizos.

         - ¿Y? �"Pregunto Roció mi psicóloga, - ¿Qué tal estuvo?

         Sin pensarlo dos veces respondí:

         - Espectacular. 

© 2018 Vicente Santander


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Added on February 26, 2018
Last Updated on February 26, 2018

Author

Vicente Santander
Vicente Santander

Santiago, Metropolitana, Chile



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Amateur Chilean writer. Hoping to upgrade my writing thanks to this plataform. I am currently writing a three books saga while at the same time I write short stories. more..

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