Un niño autista como él podía ver la magia invisible del mundo. Un niño autista como él, no tenía manera de expresarlo. Adán alzaba sus brazos y trataba de hacer sonidos, imitando aquellos con los que sus padres se comunicaban. “Cállalo Brenda” gruñaba su padre. Como acostumbraba, su madre le daba una mirada espeluznante y Adán regresaba a su ventana donde entonces calladamente, veía las islas flotantes deambular por el cielo. Todos los días, cuando la bombilla de las alturas se alineaba con el pozo del patio, el mundo se desenmascaraba ante los ojos de Adán. El observaba silenciosamente, ignorando por completo a su disgustada madre forzándolo a seguir estudiando. Una tarde de septiembre, Adán y su madre fueron al pueblo y le notó entonces, por primera vez, el suculento olor de las flores, el eco de las risas, y las mujeres quienes parecían muñecas andantes. Entró en una sobrecarga sensorial, y su emoción lo desplomó en llanto de felicidad, pues la belleza del mundo lo sorprendía cada vez más. Su comportamiento fue desaprobado por el pueblo, y rápido, con un suspiro derrotado, su madre puso una sentencia sobre su vida… “Es Autista”. Notó entonces como las muñecas se alejaron y las risas se detuvieron. Así fue como Adán se enteró de su ‘enfermedad’. En su mundo de pureza, el veía se diferencia como una ventaja. No era él quien estaba enfermo, sino el mundo a su alrededor; especialmente todos los adultos, que con caras de payasos enfadados, vivían sus días en aburrimiento constante. Una noche, cuando la linterna de la oscuridad se alineo con el pozo, Adán salió. A escondidas, él contemplaba la esfera plateada que iluminaba las sombras. La perfección de la luna lo emocionó y dio un alarido de alegría. Lo siguiente va a parecer como algo increíble, pero es cierto que Adán escucho entonces una voz repetir su grito. Provenía del pozo abandonado, Adán, con una mescla de curiosidad y modales, se presentó ante el pozo. De un milagro desconocido, el pozo, con la voz más dulce que el había escuchado, le repitió su nombre. Fue entonces como el corazón de Adán encontró un amigo que le respondía con las mismas expresiones con las cuales Adán le hablaba. De ese día en adelante Adán solo pensaba en su amigo, dibujándolo y señalándolo con emoción. Cada noche, Adán conversaba con su amigo quien le rebotaba sus palabras. Una tarde, notó como sus padres se apretaban para demostrarse afección. Por primera vez, el chico lloró lágrimas de soledad, sintiendo gravemente la falta de cariño del mundo. Así anduvo todo el día, rodeado de una solitud perpetua, mirando vacíamente como los árboles danzaban al cantar de las aves. Finalmente, cuando su amiga, la luna, salió por tercera vez desde que conoció al pozo, Adán se paró en la esquina y llamó a su amigo. Igualmente, su amigo lo llamó a él, y entonces Adán cerró sus ojos y por un instante, el mundo se detuvo, y a través de balbuceos y mucho esfuerzo, Adán dijo: “Pon tu-s bra-zos al-rede-dor de mí… co-mo lo hacen los otr-os”. Y fue con esas palabras que Adán dio un paso hacia el abismo, buscando caer en aquellos brazos de su amigo.