Nada parecía importar en ese
momento. La luna, una esfera perfecta, desprendía una luz amarillenta que
llenaba el lago de matices, dándole un aspecto casi irreal. Los árboles,
mecidos por el viento, parecían susurrar secretos nunca contados, y por un momento
le pareció que su corazón callaba. Pero entonces se escuchó un grito, y se
rompió el hechizo. Decidió esconderse detrás de unos matorrales y esperó a que
apareciese aquel que había irrumpido en el silencio de la noche. En apenas unos
segundos surgió de las sombras un hombre. Vestía una túnica que le llegaba a
los tobillos, y apretaba con fuerza un libro contra su pecho. Parecía asustado,
y en su carrera desesperada no advirtió la figura que se escondía en la
penumbra. De repente frenó en seco, y de su garganta volvió a salir un grito
desgarrador. Calló al suelo de rodillas y todo su cuerpo comenzó a temblar. Su
pelo se tornó cano y su rostro se llenó de arrugas. Sus manos, demasiado
débiles para seguir aferrando el libro, lo dejaron caer, y de sus ojos cayeron
dos lágrimas que lentamente recorrieron su compungido rostro.
Entonces, como si nunca hubiese
existido, como si nunca hubiese estado allí, su cuerpo desapareció. Mariam se
incorporó atónita. El hombre se había…evaporado. Su mente inquieta luchaba
entre el deseo de salir de su escondite y averiguar qué había pasado, y el
miedo a ser descubierta. Al cabo de unos minutos le venció la curiosidad, y con
el sigilo de un gato se acercó al lugar donde había estado el extraño. Con cuidado
examinó el suelo, y aliviada distinguió las huellas que sin duda habían dejado
las rodillas de aquel hombre al chocar contra el suelo arenoso. Tan solo unos
pasos a la derecha se encontraba el libro que tan desesperadamente había
aferrado. Lentamente se agachó y lo tomó entre sus temblorosas manos. Era de
pasta dura, aunque los bordes estaban desgastados y sobresalían algunas páginas
que Mariam suponía debían haberse despegado, otorgándole cierto aire de
fragilidad. La cubierta era de un color indefinido, a medio camino entre el
azul y el gris, y solo contaba con una inscripción en el lomo, cuyo significado
Mariam no podía descifrar. Cautelosamente, como si tuviese miedo de que de un
momento a otro fuese a desaparecer, abrió el libro por la portada. Un extraño
dibujo apareció ante sus ojos. Era la figura de un águila, las alas desplegadas
y la cabeza tornada hacia la derecha. Justo debajo había escrita otra palabra
que tampoco pudo leer.