Ella nunca recordaba desde cuando la había adquirido. Pero siempre dejaba que su cabeza volara con la imaginación, creando historias fantásticas de su pasado. Ella es de esas personas que suelen soñar cuando están despiertas. Yo creo que si en algún momento me metiera en esa cabecita, vería los mundos que ella no puede explicar con palabras. Solíamos hablar por las noches, cuando ella entraba al messenger. Aunque no era nuestro medio preferido, sí era como un medio en el que yo podía decirle lo mucho que la pensaba.
Nos conocimos en el estreno de una película, la cual ella quería ver hace mucho tiempo. En este momento pienso que ella desearía muchas de las cosas que allí se presentaban. Nuestra conversación se dio en el momento en que salí a tomarme una Coca-cola y ella estaba allí sentada con un jugo de mandarina. No había más sillas por lo que me senté en su lugar y estaba escribiendo algo en una agenda roja. Yo – algo fisgón – trate de mirar qué era lo que la tenía tan concentrada. Ella ni siquiera se daba cuenta que yo estaba a su lado y que la miraba. Cuado era hora de entrar a un foro de la película, la cafetería quedaba sola y ella seguía con el esfero en la mano izquierda. Ya en el momento en el que no quedaba ninguna persona, me atreví a interrumpirla para avisarle que el foro empezaba y lo único que hizo fue levantar su cabeza y decir “la mano de mi padre”. Yo no entendí ni pito y decidí entrar al auditorio.
¡Ah, Cómo recuerdo esos tiempos! Ja, pero parece que estuviera hablando de millones de años y eso sólo pasó hace un par de ellos. Lo que sí tengo que confirmar es nunca dejó de asombrarme. Es de las personas que no sabes cómo va a reaccionar. Yo creo que ese día que terminó de ver la película su vida cambió y empezó su camino. Me aterró cuando en un momento del foro pensé que estaba viviendo la película que había visto hace unos minutos. Ella se sentó en un lugar donde yo podía ver todo lo que hacía. Y en un instante en el que se mencionó la máquina del tiempo, ella aferró fuertemente su agenda, como buscando el momento en el que se repitiera la secuencia de la película.
- La verdad estoy atónito…
Empecé a asistir con más frecuencia a la sala de cine, a los estrenos de aquel director misterioso, y volvía a verla: a ella y a su mano izquierda con su colorada la agenda. “La tarde era muy fría” me dijo con los ojos asustados, yo tratando de ser prudente, le dije que qué me había dicho. Sus ojos verdes miraron mi rostro como quien no reconociera el lugar. Sin embargo, entre unas bromas que le hice, ella me sonrió.
Ella me comentaba cada vez que nos veíamos (cada encuentro se hacía más frecuente) que una de sus pasiones era el cine, porque se parecía a su cabeza y a sus sueños. Llenos de color y magia, lugares sui generis en donde encontraba los recuerdos de una mente en blanco que la poseía. Cada vez que hablaba de sus recuerdos fantasmales, sus mejillas rosadas tornaban a un pálido terrorífico. Yo creo que por eso no hablaba mucho de eso.
- Mi agenda es como mi memoria, prefiero…no…no recuerdo nada Jaime. ¡No recuerdo nada!
Ni siquiera cuando salíamos a caminar por la calle soltaba su agenda roja. A veces se me hacía insoportable, pero trataba de no hacerlo evidente y tampoco hacía preguntas para que ella no se sintiera incómoda. Pero me moría de las ganas por saber qué tanto era lo que escribía, porque decía que no recordaba nada. En vez de dejar que mi cabeza se enredara y que mi lengua no fuera a hacer ningún comentario, le hablaba del cine, lo que a ella le llenaba de brillo los ojos. Con eso nos podíamos quedar todo el día entero hablando.
Un día pensé que por fin iba a descubrir cuál era el misterio, pues la había invitado a ver una película en mi casa. Yo vivía solo hace unos años pues mi madre había viajado fuera de la ciudad, y yo, la verdad, no quería abandonar mi vida por iniciar una nueva. Así que esa tarde nos pusimos a ver un filme de mi director preferido. Ella – sinceramente- creo que no le gustó mucho porque en un momento la escuché con ronquidos y por vez primera vi la agenda suelta sobre su abdomen. Esa era mi oportunidad de saber qué era lo que escribía; pero el pánico invadió mis manos y mis piernas, no fui capaz de acercarme a la agenda roja. Para lo único que me sirvieron las piernas, fueron para traer algo de tomar y tratar de despertarla. En ese momento ella balbuceo “mi padre y yo”.
- No te asustes por no verme… ya estoy con ella. Estamos los tres de nuevo….
Nunca había entendido qué significaban las cosas que ella me decía cada vez que su cuerpo temblaba mientras sus ojos permanecían cerrados. Tan pronto decía las frases sueltas y sin sentido, agarraba bruscamente su agenda colorada y escribía, a veces me sentía como un tonto, como un mueble más que la acompañaba ella se olvidaba… ella no me veía. Así era cada encuentro, de un momento a otro, cerraba sus ojos, se levantaba diciendo cosas que nunca entendía, buscaba su agenda y tomaba el esfero entre su mano izquierda.
El sonido del messenger hace unas horas me hizo saber que me había escrito… me dice entre palabras cortadas que su agenda se le quedó en mi mesa de noche. Yo vuelvo a mirar para ver si la encuentro. No puedo creerlo después de tanto tiempo tengo la agenda colorada en mi casa, a solas y no me había dado cuenta. Dejo el computador atrás, camino lentamente hacia aquella insoportable compañera. De pie la abro, y empiezo a leer… hay letras desordenadas acompañadas por imágenes que ella ha dibujado. Me asusto y observo que la agenda se mueve porque mis manos tiemblan. Estoy atónito, no puedo decir más. Por fin conozco esos recuerdos fantasmales. Por fin entiendo cuál era el sentido de las frases despertadoras. Trato de leer en voz alta sentado en frente de la pantalla del computador, para entender mejor pero mi voz sale quebrantada:
“No deseo recordar, no lo deseo. Es la culpa de los dos. De él y mía, ella debería existir, adornar y cuidar su jardín, ese que tanto le gustaba. No he inventado nada, físicamente lo he olvidado, pero cada noche, cada sueño que tengo se encarga de traerlo y entre dormida lo escribo para que nunca más se me olvide que la culpa la tengo yo. La tiene mi padre. La mano de mi padre que terminó en el pecho de ella. Dejando un color de vida sobre la muerte…”
Y en la pantalla del computador sólo aparece un adiós.