Ese día

Ese día

A Story by Jose A. Solis
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Listening to cage the elephant

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Ese día fue el día que me despidieron de la acerera. Después de seis meses ellos ya tenían lo que necesitaban de mí y yo ya tenía lo que necesitaba de ellos, entonces creo que fue algo justo. Me pidieron dejar todo lo que me habían dado en la entrada, ni adiós pude decirle al único amigo que había hecho adentro, iba a pedirles que me dejaran entrar a recoger algunas pertenencias que dejaba ahí a diario para no tener que cargar con ellas todos los días, pero recordé que no eran más que unos viejos audífonos Sony negros y media cajetilla de cigarros Marlboro rojos. Ahora que te lo cuento, creo que ese fue mi legado en la acerera, diez cigarros rojos y unos audífonos negros. Por azares del destino, ese día llevaba camisa y pantalón de vestir, no hubo necesidad de cambiar mi camisa guinda por la pesada, apestosa, inconfundible camisola de la acería; desde ese día hasta ahora, no he vuelto a usar una. Di las gracias, quedamos de vernos otra vez la siguiente semana para la entrega de la papelería final y las obligadas, superficiales cortesías. El camino de regreso a casa fue uno de esos en donde el tiempo y el espacio se dilatan, quedé absorto en mi cabeza, pensando, pero sin pensar en nada; la mente como globo de helio sin atadura se va perdiendo en el cielo hasta que a cierta altura: ¡Pop! Ya había llegado a casa. No sabía muy bien qué hacer, si alguien a la distancia hubiera tomado una fotografía creo que se hubiera visto muy bien. Puerta del conductor abierta, una pierna en el pavimento caliente del mediodía, la otra todavía en el freno del auto, mano derecha sobre el volante, mano izquierda sobre la pierna que está en el pavimento, mirada enfocada en una cumulonimbus que Dios iba moviendo para darle sombra a un caluroso jardinero municipal. De nada me iba a servir quedarme en casa, casa vacía, casa triste. No tardé mucho en decidir que iría a tu casa, y así cuando llegara allá solo quedaría una casa vacía, casa triste; y no dos. Yo ya sabía que ibas a estar dormida, y no me importó mucho llegar a despertarte. Todavía estabas anclando tu mente a la realidad cuando explote, ese mismo día ya de noche, me dijiste que parecía león enjaulado, dando vueltas y dibujando el mismo patrón en tu cuarto, esquivando la ropa y los libros que tenías tirados por doquier, y si lo recuerdo. Cuando terminé mi enojo fui a buscarte porque ya ni siquiera estabas conmigo en tu cuarto, cuando te encontré hurgando en tu bolsa buscando quien sabe que, te abrace. Llevabas puestas unas calcetas rojas. Bueno, sí sabemos que estabas buscando y fue lo único que desayunamos ese día, después nos fuimos a dormir. Me desperté, porque si el día no era lo suficientemente inestable tenía mi última oportunidad para ____ y si no lo hacía entonces ___. Todo lo que escuché e hice después de despertar por segunda vez en el día, es una mezcla sin orden ni forma. Aún así, recibí buenas noticias. Tú no volviste a despertar hasta que regresé, ya casi de noche. También por segunda vez en el día te desperté, por segunda vez te abrace fuerte, hasta despegar tus calcetas rojas del suelo, susurre en tu odio las buenas noticias que había obtenido, dimos vueltas en la zona de guerra que era tu cuarto y tropezando con los libros y los enojos de esa misma mañana terminamos riendo en el piso. Ese día fue también el día que por primera vez tus ojos se atrevieron a mirar los míos. Ese día fue el día que tu sola existencia, salvó la mía.

© 2020 Jose A. Solis


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Added on August 20, 2020
Last Updated on August 20, 2020